Entre Suspiros y un Café
Felicidad

Que eches raíces

Dicen que eres de donde naces.

Allá donde empiezas a escribir tu historia. Desde el principio y sin saltarte ningún capítulo. Con más o menos faltas de ortografía y muchos puntos y seguido. Saliéndote de la línea más de una vez y tachando a fondo como si te fuera la vida en ello. Borrando a toda prisa lo que no te convencía y repitiendo una y otra vez lo que sí.

infancia

Sin dominar aquello de decir adiós, sin traumas o apegos, o incluso con ellos. Sin entender muy bien por qué esperar, cuando creías tener todo al alcance de tu mano. Sin discernir el motivo de no decir lo que se piensa en cada ocasión, a cada persona, y actuar fuera de guion. Sin imaginarte nada de lo que un día vendría.

Dicen que perteneces a los tuyos. A tu familia. A quienes te dan la mano cuando das tus primeros pasos. La que te ve caer y te ayuda a levantarte, te anima a empezar de nuevo, te abraza cuando sabe que es lo que quieres. La que celebra cada uno de tus aciertos. Y te alienta a superar los fallos. O al menos, te hace verlos más pequeños, más ridículos, menos dolorosos. Y superables, siempre.

La que te suelta la mano cuando arrancas a andar en solitario. Pero quedándose a tu lado, por si acaso.

También dicen que perteneces al lugar donde creces. En el que aprendes a base de tropezones, de golpes y de deslices. En el que conoces tus primeros amigos y hasta a algún que otro enemigo. Donde empiezas a creer, a crear, a ser. Donde empiezan tus orígenes, tus proyectos y hasta la mayoría de tus miedos.

Que nada te define más y mejor como la infancia. Esa etapa en la que todo puede ser del color que tú lo pintes y los héroes siguen siendo invencibles. Cuando estudiar es la única responsabilidad que conoces y no te roba el sueño. Cuando los problemas se solucionan echándolo a suertes, lanzando una moneda o jugando a piedra, papel y tijera.

Cuando no conoces ni sabes qué es aquello de tener límites y piensas que la vida es infinita. Cuando el mundo de los mayores parece lejano y aburrido y el tiempo se mide con y entre amigos. Cuando los monstruos viven debajo de la cama, pero nunca llegas a conocerlos. Cuando los viejos juegos te dejan de interesar y empiezas a probar alguno nuevo. A explorar, a cambiar, a pensar distinto. A buscar nuevas historias.

De esas que dicen que estamos compuestos.

Y de personas.

Como aquella abuela que siempre estaba ahí. La misma cuyas meriendas eran uno de tus mayores tesoros y que no te saltabas por nada del mundo. La misma que borraba el dolor de cualquier herida que tuvieras y te daba el consuelo que ninguna otra persona pudiera darte.

Como aquella mejor amiga sin la cual tu infancia hubiera sido otra. Con la que esconderte de todos era una aventura divertida e inocente, sin que tuvieras nada real que esconder. Con la que contarte hasta el último secreto sabiendo que podías confiar en ella. Como la hermana que quizá no tenías, pero deseabas.

Como parte de esa familia que sí se elige.

recuerdos

Y puede ser que en algún momento elegiste cambiar de lugar. Cambiar de personas, de entorno y hasta de sueños. Partir en busca de un trabajo, de un futuro, de una sonrisa. De ese algo que te faltaba. De ese sueño que no se cumplía.

Y es precisamente cuando buscas la felicidad el momento en que te planteas en serio qué es lo que quieres.

Cuando buscas sin encontrar y encuentras sin buscar. Sin tener las ideas claras o teniéndolas muy claras. O por puro descarte.

Cuando aprendes que lo mejor es cambiar lo que no funciona y disfrutar lo que sí. Dar los giros que necesites. Hacer lo posible por ilusionarte. Volcarte en ello, en ti, y darlo todo. Y creer en ese futuro que quieres escribir.

Aunque no sea fácil.

Que los hay que saben simplificar hasta llegar a lo sencillo, descartar hasta llegar a lo esencial, y vivirlo de principio a fin.

Los hay que sueltan antes de tener. Los que actúan sin miedo a quedarse «sin». Los que escriben de su puño y letra lo que vendrá después y añaden postdatas, cuantas más mejor.

Al igual que raíces, cuantas más mejor.

futuro

Porque puede ser que estando cerca, te sientas demasiado lejos. Que teniendo mucho o poco, sientas que algo te falta. Que algo no cuadra, que algo falla. Que aunque parece que todo está bien como está, algo sobra. Quizá no para los demás, pero sí para ti. Que es mejor abandonar lo que no te reta, no te completa o no te hace sentir vivo.

Porque al final todo se reduce a eso. A vida, a vivir. Con arte o sin él, con prisas o a cámara lenta. Pero vivir, sentir, ser. A tu manera. Saber que nada se te escapa y que nada te dejas por el camino. Que haces lo que deseas, que vives como gustas. Que los que están, son los que son, y que nadie te falta.

Porque puede que no estés en donde empezaste. Puede que no te encuentres con las mismas personas y que hasta viajes sin compañía. Puede que sepas que ni tú eres quien solías, y que no vas a volver a serlo. Puede que no sepas ni a dónde te diriges ni quién te espera allí. Pero tampoco te importa.

Pero tus raíces siguen. Contigo.

Sabiendo que no van a fallarte, que puedes volver siempre que quieras a ellas.

Y que, allá donde quieras, puedes seguir echando raíces.

 

Patricia Ayuste.

Publicaciones relacionadas

3 Comentarios

  • Responder
    Javier - Ventura Sensitiva
    20 diciembre, 2016 a las 7:35 am

    Somos lo que somos, sin importar el lugar o el espacio.

    Saber disfrutar de nosotros mismos, de la vida, independientemente de lo que haya a nuestro alrededor.

    ¡Entrada genial, Patri!

  • Responder
    Gracias – Entre suspiros y un café
    31 diciembre, 2016 a las 6:20 pm

    […] alegría, por alimentar mi energía. Por demostrarme que cuando se quiere, se puede, pero que debes seguir creyendo. Siempre. Y en ti, no lo […]

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.