La esencia de lo invisible

 

Dicen que lo invisible crea lo visible.

Eso que no se ve a simple vista pero está ahí. Eso que se oculta por dentro pero te acompaña a todas partes. Eso que se siente, que te eriza la piel aunque no puedas tocarlo. Eso que te habla, te grita, te secude y te remueve hasta las entrañas.

Es creer cuando nadie más lo hace. Cuando todo está en contra. Cuando no sopla ni una pizca de aire a favor. Cuando las oportunidades se reducen a cero y tus sueños parecen alejarse a pasos agigantados. Cuando tu propia historia –y pasado- te quita las ganas de seguir intentándolo.

O de pensarlo siquiera.

Es la llamada que te cambia. Porque todos tenemos alguna como mínimo. Son los segundos en que tu mundo tiembla bajo los pies y debes sentarte para no caerte. Es la emoción más pura. El impacto que no deja indiferente.

Es la intuición que te dice que todo irá bien, aunque nada lo haga. Es la mano en el hombro o la palmadita que, sin palabras, hablan por sí solas.

Es la luz que, aunque se vuelva tenue en algún momento, nunca se apaga del todo. Y te ilumina. Es esa estrella brilla con fuerza en medio de la oscuridad. El olor que resulta familiar. Que reconforta y te hace sentir bien. En casa.

Es la energía para romper muros que separan y levantar puentes que unen.

Es la compañía y la sensación de no estar solo. Es la certeza de tenerlo todo, sin tenerlo. De no necesitar más. De que todo encaja. Que menos siempre, siempre, es más.

Es ese amigo que siempre está ahí. Incondicional. El que te hace ver las cosas como son. El que te abre los ojos, despierta tus sentidos y te da el empujón que a veces te falta. La persona que aparece siempre que lo necesitas. El que nunca se marcha.

Es esa palabra que, dicha en el momento oportuno, es capaz de marcar la gran diferencia. El impulso para continuar. La dosis justa de voluntad. La miguita de pan que te devuelve al camino después de haberte perdido.

Es el sueño que nunca muere. Que mantiene la esperanza.

Y que hace girar tu mundo.

 

Patricia Ayuste.