Dicen que la vida es mucho más bonita cuando dejas de planearla y la dejas ser. Tal cual es. Con sus más, sus menos y sus aristas.
Cuando dejas de poner el freno a todo. Incluso a ti. Tanto a las pendientes hacia abajo como a las subidas. A los cambios que asustan. A los impulsos que te aceleran. A los sueños que mantienen viva tu esperanza.
Cuando dejas de temer caerte, resbalar o hundirte. Por pequeño o grande que sea el agujero que pisas. Y cuando dejas de andar con tanto cuidado. Cuando decides no dejar de caminar. Por muchas piedras que pises.
Por mucho que te duelan los pies.
Que la vida es mejor cuando dejas de intentar controlarlo todo, de principio a fin. Cada línea escrita, cada diálogo representado, cada giro al final de capítulo. Cada pausa entre actos, cada cambio de escena o dónde poner una coma.
Cuando decides subirte a la montaña rusa, gritar y dejarte llevar.
Cuando dejas de pensar en el futuro, en lo desconocido, en lo que –todavía- no está a tu alcance. Y lo cambias por lo que tienes delante. Por el hoy. Por lo que puedes hacer. Por lo que sí puedes vivir.
Por lo que ya eres y lo que puedes llegar a ser.
Que la vida mejora cuando dejas de enfadarte que las cosas no salgan. Como querías, esperabas o soñabas. Y aceptas que pueden salir de muchas otras maneras. Que algunas no sirven. Pero que hay otras que pueden ser incluso mejor que lo que pensabas al principio.
Cuando dejas de esperar de los demás y te centras en ti. En tus manos. En tus fuerzas. En tus posibilidades. En que vales más por lo que haces por tu propia cuenta. En que puedes conseguir más de lo que piensas.
En que puedes –y debes- confiar en ti.
La vida mejora cuando decides ir hacia delante. Llueva, truene o caiga lo que caiga. Cuando decides arriesgar y probar suerte. Ver hasta dónde puedes llegar. Dejar de dar pasos hacia atrás y no permitir que nada ni nadie te pare.
La vida mejora cuando tienes con quien compartirla. Con quien vivirla. Con quien exprimirla.
La vida mejora en cualquier momento.
Y que, lo mejor, muchas veces llega de improvisto.
Patricia Ayuste.
No hay comentarios
Marleah Make Up
10 febrero, 2015 a las 12:41 pmVale, no sé por qué, pero hasta me ha caído alguna lagrimilla al leer este post. No es historia triste, más bien algo que me emociona. Amistad, divino tesoro. A veces llega cuando menos te lo esperas. O a veces está ahí desde siempre, de esas en las que no puedes contar los años de cuándo empezó ni con los dedos de una mano, ni de dos, ni de un pie, ni de dos… Porque ya vamos cumpliendo cierta edad, mayor, pero cierta edad. Dejémoslo ahí. Y, sin duda, los mejores planes son los que no se planean. Los que surgen de improvisto.
Besos!
Entre suspiros y un café
10 febrero, 2015 a las 8:17 pmEso es lo bonito de la amistad, que emocione, que llegue en el momento más inesperado, que se quede ahí.
¡Un besote guapa!
Patri.
Juanan G.C.
11 febrero, 2015 a las 6:36 pmHola Patri,
A veces estamos tan ensimismados que no vemos lo que tenemos delante ni las personas que se nos han acercado tanto que están a punto de derribar nuestros muros, y cuando tomas conciencia de ese momento, es casi mágico.
Me ha gustado la reflexión sobre el paso de la gente por nuestra vida. Una vez leí por ahí que nuestra vida es como un tren, unos suben y otros bajan, intercalando estaciones, algunos inclusos se quedan hasta el final del trayecto….
Un abrazo.
Mirta Cristina
11 febrero, 2015 a las 8:16 pmMuy bonito!!!Los amigos son los hermanos que uno elige!
Entre suspiros y un café
12 febrero, 2015 a las 9:20 am¡Hola Juanan! Yo también conozco la historia del tren, ¡cuánta razón tiene! Un trayecto largo con numerosas estaciones que hay que saber diferenciar y vivir cada una a su manera.
¡Un abrazo Juanan!
Patri.
Entre suspiros y un café
12 febrero, 2015 a las 9:21 amExacto, los amigos son esa parte de la familia que uno elige y no le viene impuesta 😉
¡Un abrazo!
Patri.