Nueva entrega de Cuento tu historia.
Hoy me complace compartir la bonita historia que Gla, una docente con vocación de escritora, me hizo hace poco. Un conmovedor relato que nos lleva de vuelta a la infancia, a los recuerdos del pasado y a los sentimientos más sinceros y puros.
Espero que os emocione tanto como me ha emocionado a mí.
Gracias Gla, por ser parte de mi blog.
Patricia Ayuste.
Llegué despacio y sin hacer ruido para no sobresaltarme a mí misma.
Entré sigilosamente y me vi. Con los rulos de siempre. Delgada, como alguna vez lo fui, y alta, como ahora.
Jugaba despreocupada con mis muñecas a la peluquera. Pobrecitas, soportaban los peines y las tijeras esperando pacientes su turno en el escritorio de mi abuelo. Él mientras tanto preparaba el asado escuchando un partido de Racing por la radio debajo de la higuera. Mi abuela, preparando algo rico para el postre.
Yo miraba insistentemente la puerta de calle, por donde mis primos debían entrar a compartir ese domingo, sin saber que nunca lo harían, al menos no mientras yo estuviera. Códigos injustos de los grandes.
Y al ver la tristeza en mi mirada no pude resistir la tentación de hablarme…
Mis ojos, parecían más grandes que nunca. Me observaban con el asombro lógico de quien ve de repente a alguien tan parecido a sí mismo sin reconocerlo y más aún, sin saber de dónde había salido.
Acaricié a mis muñecas, esas que hoy descansan en la cama de mi hija con el cabello maltratado por una inexperta peluquera. Mi “yo infantil”, sin saber por qué, me invitó a que me sentara y comenzó a peinarme como hacía con mis muñecas.
No supe cómo pero en ese instante pudo reconocerme. No hubo palabras, sólo ese momento compartido. Nos miramos a los ojos, y mi sonrisa de nena de diez años y esa mirada cómplice, me dieron lo que necesitaba. La aprobación por el camino que elegí en mi vida, por la persona que logré ser y por los valores que ella me ayudó a formar.
La tomé de las manos, le dije que estuviera segura de que iba a ser feliz, que iba a vivir pronto una gran tristeza, pero que algún día iba a disiparse y quedar un hermoso recuerdo. Que algún día otra nena jugaría con esas mismas muñecas y sería tan feliz como ella.
Me miró desde su inocencia sin comprender, pero dijo que confiaba en mí.
Volví sobre mis pasos lentamente, espiando desde la vereda cómo mi abuelo se sumaba a la lista de clientes en la peluquería que había invadido su lugar de trabajo.
Por un momento la envidié,…me envidié… Me saludé a lo lejos, y mi abuelo miró intrigado, sin ver a nadie. Y yo hubiera querido decirle,…decirme… que lo disfrutara. Que sólo le quedaban pocos días junto a él…
Pero no pude romper esa felicidad de domingo de junio…
Una lágrima corre ahora por mi cara. De añoranza. De tristeza. De nostalgia.
Como cada junio, desde hace treinta y cinco años…
2 Comentarios
Gla
6 noviembre, 2015 a las 6:39 pmMil gracias por darme este espacio en tu blog. El mío es aún muy chiquito y tal vez de a poco vaya creciendo….Me gustó leerme en el tuyo!! Un beso grande
Entre suspiros y un café
8 noviembre, 2015 a las 10:23 pmTe lo dije en privado y te lo repito “en público”; gracias por compartir conmigo una historia tan personal y bonita. ¡Un beso enorme Gla!