Entre Suspiros y un Café
Amor propio

Orgullo

Dicen que un vaso puede verse medio lleno o medio vacío según el estado de ánimo, la actitud o la predisposición que tenga la persona que lo mira. Según sea más optimista o menos ante la vida, según su experiencia, su pasado y sus expectativas de futuro.

Y, lo que más me gusta, es que aseguran que es un hábito que puede cambiarse.

optimismo

También dicen que el valor de los sentimientos no depende tanto del tiempo que duran, sino de la intensidad con que los vives. De cómo te hacen sentir, de cómo te influyen y de lo mucho o poco que te afectan. De cómo cambian tu comportamiento, tus palabras y tus pasos. De cómo te transforman y te motivan a actuar.

Y es que los sentimientos son también respuesta.

Una respuesta a una emoción incontrolable, inconsciente y motora que llevas por dentro. Una respuesta a un pensamiento manejable, etiquetable y subjetivo que determina el signo del sentimiento y el resultado de la ecuación. El que te hace sentir A o B.

Que si bien los sentimientos asaltan y, a menudo, te ponen contra las cuerdas, los pensamientos se pueden modelar.

Que tienes más poder del que crees.

Como el orgullo. Que no soberbia. Esa sensación que emerge como de la nada en determinadas ocasiones y que llega a nublarte la vista. Un sentimiento de doble signo, con dos caras. La buena y la mala. La positiva y la negativa. La más visible y la más oculta.

Que de ti depende a cuál darle mayor peso.

Que el orgullo puede llenarte de felicidad el corazón. Bombearla hacia todas y cada una de las direcciones de tu cuerpo. Indiscriminadamente y sin pensárselo. Sin hacer elecciones ni priorizar a dónde irá primero. Para que la sientas en todos los poros de tu piel. Para que te estremezcas, te emociones y vibres.

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Que el orgullo puede hacer que no dejes de sonreír, de expresar, de aplaudir. Aunque tengas las manos rojas e hinchadas, y hasta te duelan. Aunque se te salten las lágrimas y rueden sin control por tus mejillas. Cuando no tratas ni de esconderlas ni de secarlas. Aunque sientas que todos te miran y hasta se preguntan qué te pasa.

O aunque lo sepan.

Que el orgullo también es compartir lo que tienes, sea poco, mucho o nada. Es cuando no hay peros que valgan ni «es que» que te arruinen el momento. Ese que sabes que es único. Ese que sabes que lo recordarás durante mucho tiempo. Para siempre y hasta con nostalgia.

Momentos que empiezas a echar de menos conforme empiezan. Que lo bueno siempre sabe a poco. Esos que tratas de memorizar cada sensación, cada detalle y cada pensamiento. En tu memoria. En tu caja fuerte y bajo llave. En un rincón al que volverás cada vez que lo necesites. Cada vez que algo te vaya mal. Cada vez que necesites un empujón, una palabra de aliento o un simple motivo para continuar.

Que el orgullo es saber que pusiste lo mejor, que lo diste todo, que no hubo otra cosa que pudieras hacer. Es actuar sin buscar recompensas, premios ni propinas. Es volcarte por completo, con el corazón y con tu sentimiento. A pesar del agotamiento, las horas robadas al sueño o todo aquello a lo que renunciaste. A pesar de las dudas, del miedo y del coste.

Que, aunque todo tiene un precio, los hay que valen lo que cuestan.

vida

Que maneras hay miles, como también excusas. Que lo de fuera nunca vale tanto como lo que viene de dentro.

Que lo importante es lo que queda después de todo. Lo que se ve, pero también lo que hay detrás. Lo que sólo tú conoces. Lo que significa para ti. Lo que te aporta. Lo que te suma. Lo que te hace crecer. Lo que nadie más sabe valorar.

Lo que te hace sentir verdadero orgullo.

Por ti, por lo que hiciste y por lo que dejaste de hacer.

 

Patricia Ayuste.

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