Entre Suspiros y un Café
Felicidad

De ilusión también se vive

Una alegre conversación una noche cualquiera, un plato de cacahuetes a punto de acabarse y la luna brillando en lo alto.

Una conversación de última hora. De las buenas. De esas que no entraban en la agenda y se cuelan en el tiempo de descuento. Por unanimidad y por no dejar ni el momento ni las risas a medias o en un punto muerto del que luego sea difícil recuperarla. De esas que empiezan de la manera más tonta y no parecen tener fin. Ni quieres que lo tenga.

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Una conversación en presente simple que habla de un futuro bastante cercano. De esbozos de planes pendientes de confeccionar. De compartir. Y de regalar. Confesiones de todos los colores entre risas, cervezas y miradas curiosas por saber más, por alargar la conversación, por dejarse sorprender.

Dicen que las personas, al igual que cualquier situación o cosa, encuentran por sí mismas el modo de aparecer en tu vida. De entrar en ella de una u otra manera, en el momento oportuno, ni antes ni después. Sin necesidad de esconderse detrás de una tremenda campaña de marketing, ni de horóscopos que pronostiquen tus días. Y que cada persona llega, sin ser llamada, buscada o planeada. Sin necesidad de utilizar un calzador, un comodín o una excusa barata.

Destino lo llaman algunos.

Que todo lo que sea forzar o precipitar algo está condenado al fracaso desde el principio. Que de nada sirve perseguir por perseguir, empecinarse o correr como locos sin cabeza. Ni perderla por la última novedad de turno que tanto nos atrae.

Novedades que también saben colarse y ganar terreno a su antojo. Las que llegan dispuestas a poner patas arriba tu mundo, aunque tú no lo sepas ni lo dejen entrever. Y que de hecho, lo ponen. Lo giran, le dan la vuelta, lo agitan y se sientan a ver qué sale de todo aquello.

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Novedades que te rebelan cuán aburrida se ha vuelto tu vida en algún aspecto, y tú sin darte cuenta. Cuán monótonos o cómodos nos hemos vuelto, cuántas cosas nos estamos perdiendo y a cuántas estamos renunciando sin ni siquiera planteárnoslo. Que a todos nos pasa en algún momento. Que no es que nada valga, que tampoco es eso. Pero que quizá alguna cosa nos sobra. Y nos hacen falta otras.

Ilusiones.

Que digan lo que digan, a veces se necesita de ellas. Incluso de las más diminutas. Que incluso con ellas se consigue ese impulso, esa chispa, esa emoción que nos lleve a saltar de la silla, a retomar y prolongar conversaciones en tiempo de descanso, a volver a vivir. El empujón que nos falta o la energía que no encontramos en otro lado. Un pequeño brote, que florece con la luz, con el cariño, con el tiempo.

Que sí, que hay quienes dirán, con razón, que no nos llevan a mucho, que sólo nos roban tiempo y nos pintan cara de bobos. Ilusos ellos, porque siempre nos llevan a algo. Que puede que se queden en castillos en el aire, sin dueño ni llaves para entrar en él. Que se derrumbarán al primer soplo de aire que se levante.

Pero que nos quiten lo bailao.

Y sí, hay ilusiones que un buen día se apagan. Que tras mucho o poco tiempo, se quedan sin chispa. Sin nada más que darnos, salvo recuerdos. Que no dan más de sí, que ya no son lo que eran. Que te sueltan la mano y te dejan andando a solas. Sabiendo que llegarás donde quieras llegar. Que está en ti. Que solo era el principio de algo. De poco o mucho, pero de algo.

Y sí, hay ilusiones breves. Demasiado. Tanto que parecen un sueño, de esos de los que despiertas en el mejor momento. Pero que, pese a breves, valen mucho. Ilusiones que cuando se acaban, el tiempo parece volverse más lento o incluso pararse. Como si se abriera una puerta tras la cual sabes que las cosas serán distintas, que el paisaje será otro, que tu mundo habrá cambiado un poco. El que habías construido sobre esas ilusiones, sobre esos castillos en el aire y esos planes de futuro. Que ni esperabas que se acabaran, que ni te lo planteabas, o al menos, no tan pronto. Que pensabas que todo seguiría así.

Pero que hay otras que te dan más que te roban. Ilusiones que te dan chispa, vida y otras nuevas ilusiones. Que te abren puertas a un nuevo mundo, a nuevas miradas, a ver con otros ojos. A sentir de otra manera, a conocerte mejor, a disfrutar más. A soltarte la melena, los pies, las ganas. De tener más, de dar más, de llegar a lo máximo. Dentro de tus posibilidades. Y de expandirlas todo lo que puedas.

Las mejores, las ilusiones que aparecen de la nada. Las que te sorprenden y les coges cariño poco a poco, entre noches tontas y risas de lo más escandalosas. De las que te hacen arreglarte, por dentro y por fuera. Mirar con ilusión, con optimismo, con deseo. De que salga bien, de que te lleve a  algo mejor, de que nunca se acabe. De que vaya a más.

Aunque a veces, vayan a menos.

Aunque a veces, se apaguen antes de tiempo.

Que lo que importa es vivirlas. Darles la oportunidad de ser, de llenarnos, de llevarnos. De no tenerles miedo ni pereza. De confiar en ellas y jugárnosla. Por ellas, por nosotros, por esos momentos. Los que se esfuman como por arte de magia si los perdemos de vista. Si los damos por sentado. Si dejamos de cuidarlos.

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Que importa la chispa. Esa que nos ilumina, que nos acelera el pulso, que nos hace perder la cabeza. La que nos hace olvidar rutinas, aburrimiento, y “lo de siempre”. La que hace que cada día parezca incluso mejor que el anterior.

Que importa cumplirlas, o al menos intentarlo. Las ilusiones que no te gustan, te encantan, te hacen tremendamente feliz con sólo pensarlas. Imagina las que se cumplen.

Que importan las ilusiones que sacan sonrisas y borran lágrimas, que acentúan tu mejor humor y sacan tu mejor versión.

Que importa disfrutarlas.

Y que de ilusiones también se vive, si estás dispuesto a apostar por ellas.

 

Patricia Ayuste.

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