Una lista de nombres pasando a toda velocidad ante tus ojos, un fondo negro que da protagonismo a todo lo que sobre él se proyecta y una canción por la que no pasan los años.
Permanecer ahí, en tu asiento, entre suspiros profundos y la emoción a duras penas contenida. Alargando un poco más de la cuenta la historia. Un poco más de lo que acostumbras en otros casos. Un poco más de lo calculado.
Reviviendo lo que ha quedado en tu retina y en tus sentidos. Retrasando el momento de ponerte en pie, de secarte esa lágrima furtiva que te delata y que ha rodado mejilla abajo. De recomponerte y salir de ahí. De esa sala, de ese cine, de ese triste –pero bonito- final.
Un final de esos que se han de poner en algún momento.
Tú, yo o quien sea.
Un final como salida por la puerta grande de una historia única, distinta, especial. Una parada obligatoria para echar la vista atrás antes de seguir por otro camino. Un cierre necesario para una historia que ya no da más de sí, que lo ha dado todo y más y que se ha de quedar tal cual está.
Un punto y a parte de un guion que continua por otros derroteros, pero sin que seas ya parte del mismo.
Un final que te deja con ganas de saber más. De seguir observando, desde tu butaca y con un inmenso cubo de palomitas entre las manos, a que se apaguen de nuevo las luces. De ver qué ocurre después del fundido en negro, de la retahíla de letras y de las palabras que anuncian un final.
Porque aunque el final se imponga, lo que cuenta es la historia.
Lo que hay en medio.
Y las personas que hay detrás de ella.
Porque hay quien se pone el mundo por montera y se adueña por completo de su historia. La protagoniza, la exprime y la lleva más allá de las pantallas. Más allá de los aplausos. Más allá de las palomitas. Quien la interpreta en primera persona, sin extras que le amortigüen golpes, sin doblajes que diluyan su esencia ni falsos decorados que oculten la verdad.
Hay quien hace oídos sordos a todo lo que le robe importancia en su papel. A todo lo que se interponga en sus intenciones. A todo lo que sabotee sus aspiraciones. Que se niega a quedarse en segundo plano, en el rol de secundario o en el sustituto que nunca sale a escena.
Hay quien mueve desde el primer hasta el último dedo de su mano, además de cielo y tierra. Para no estar donde le dijeron, sino donde realmente quería estar. Y llega. Contra todo pronóstico, toda crítica o hasta la más cruel burla.
Hay quien se rebela. Y vence.
Hay quien tiembla por dentro y sonríe por fuera. Cuando la duda le asalta y el miedo acecha. A no encajar donde está, a no gustar, a sufrir de más. A ser demasiado diferente, a ser tan transparente que le puedan dañar. A no cumplir lo que más desea, a quedarse lejos de todo, y de sí mismo. Y que aun así y todo, sigue sonriendo.
Y sigue siéndose fiel.
Hay quien recula a tiempo pero no por falta de ganas, por falta de motivos o de sueños. Quien reconoce que se equivocó o que pudo hacerlo distinto. Y lo hace. Y recompone desde donde lo dejó.
Hay quien aprende rápido, mucho y a base de golpes. Quien absorbe como una esponja y se crece tras sus pasos en falso. Quien ensaya poco y actúa el doble. O el triple. Quien no mira sus apuntes sino a lo que tiene delante. Que crea desde cero. Que improvisa cuando algo falla.
Quien no deja de intentarlo.
Hay quien compone, toca el piano y canta. Quien apuesta por su pasión, por lo que le corre por las venas, por lo que le da vida. Lo que le hace no solo parecer fuerte, sino sentir que puede con lo que sea. Y que cree en sí, y acaba pudiendo con todo y con mucho más.
Hay quien es como es, y no se deja hacer de menos.
Hay quien quiere de veras y no lo oculta ante cualquiera. Quien dice lo que siente, lo demuestra en la más pequeña ocasión y cuida lo que de verdad le importa. A quienes están en su vida y componen su propia historia.
Porque hay personas que son tus mejores historias y hay historias que son personas.
Que sin ellas no serían las mismas, sería otras.
Que sin ellas, la película perdería todo el sentido y las luces se encenderían antes.
Y que con ellas, las mejores historias ocurren después del fundido en negro.
Patricia Ayuste.
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