Unas sonoras carcajadas bajo la luz de una farola, unos abrazos de pie en plena calle de los que llevabas demasiado tiempo sin recibir y unas caras familiares a las que echabas en falta sin saber realmente cuánto.
Hasta ahora.
Hasta que llega una de esas noches improvisadas, en la que el qué es lo de menos, el lugar importa bien poco pero no así las personas. Una noche en la que se entremezclan miradas y sonrisas, anécdotas de otras épocas y la alegría de un reencuentro que sabe a poco.
En el que el tiempo parece detenerse y acortarse, como si no hubiera pasado tanto desde la última vez.
Tiempo. El que hace echar de menos, querer incluso con más cariño y añorar lo que una vez fue. Lo que se te empieza a escapar entre los dedos sin que puedas retenerlo cerrando las manos. O lo que hace ya bastante que se esfumó sin remedio y que nada sirve lamentarse por ello.
Tiempo que te da otra perspectiva que hasta ahora no tenías, que le da sentido completo a lo que antes estaba a medias, que te da motivos para seguir, para no olvidar, para intentarlo siempre una vez más. Tiempo para buscar esos remedios, esas huellas medio borradas que todavía están ahí, esos abrazos que un día fueron hogar. Y que no han dejado de serlo.
Tiempo que pone a cada cosa en su sitio. A cada recuerdo, a cada momento y, sobre todo, a cada persona.
Tiempo. El mismo que une y separa sin pedir opinión y sin mediar aviso. El que no corre, sino que vuela a una velocidad de infarto. El que anestesia y nos hace olvidarnos de pensar, enseñándonos a actuar más de memoria, por rutina o por simplemente hacer algo. El que sigue su curso, sin detenerse, sin entretenerse ni mirar hacia ningún lado.
Y es que, a veces, cuando levantas la vista y dejas de mirar hacia los lados, te cuesta reconocer lo que ves delante.
Cuesta reconocer lo que antes era de una manera y hace ya tiempo que dejó de serlo. A lo que te habías habituado y que ya no es como lo conociste, como lo recordabas, como te solía gustar. Aunque entonces no lo vieras así y puede que hasta te diera igual. O puede que te disgustara sobremanera, o que pensaras que no era para echar cohetes. Lo que, incluso, no supiste valorar, pero valía muchísimo.
Y te cuesta reconocer lo que ahora, es como es. Y que ya no hay vuelta atrás.
Como a veces cuesta reconocerse a uno mismo.
Porque a veces eres tú quien cambia sin darte apenas cuenta.
Porque a veces eres tú quien deja de hacer, de abrazar, de sonreír con la misma alegría. Y no le pones la misma fuerza a tus apuestas, ni las mismas ganas a tus miedos. Y te alejas por pura dejadez, por no decir ni blanco o no negro, por no llamar. Por esperar que sean otros. Por esperar otros momentos.
Por esperar sin saber muy bien el qué.
Porque a veces eres tú quien deja de creer. En ti, en los demás, en las oportunidades. En las que creías que tendrías siempre a mano. En que el tiempo te daría más plazos, más reencuentros, y muchas más noches improvisadas.
Porque a veces eres tú quien no sabe ver los pequeños cambios. Las pequeñas sutilezas, los más diminutos matices. Hasta que se vuelven demasiado evidentes. Y te asustan. Y te aterra sobremanera que las cosas cambien tanto. Que las personas se alejen y los recuerdos se difuminen.
Porque en esas vueltas que dan la vida, el tiempo y las personas, hay oportunidades que vuelven y otras que se detienen en alguna cuneta. Hay recuerdos que se quedan cogiendo polvo en algún baúl y hay conversaciones que se quedan en unos puntos suspensivos sin continuación.
Pero hay historias que no terminan. Que regresan tras una pausa, para retomarlas donde se quedaron. Puede que incluso con más ganas. Para acelerar el ritmo, subir la intensidad o añadir nuevas escenas. Para reescribirlas, improvisarlas y seguir sumando capítulos a esa historia que queda todavía lejos de su final.
Y hay personas que no se marchan pese a lo larga que sea la pausa. Quienes están donde siempre estuvieron. Donde siempre puedes volver. Donde te reciban con los brazos bien abiertos.
Y hay abrazos que siguen siendo hogar, refugio y el más cálido abrigo. Pese a la espera, al frío o a la dejadez. Y que, una vez vuelves, no deseas marcharte. Ni tan lejos, ni durante tanto tiempo.
Y que puede que creas que los mejores tiempos quedaron atrás y que es difícil que vuelvan.
Y puede que creas que será difícil de superar.
Pero la vida da mil vueltas. Y los buenos tiempos vienen tras cada una de ellas.
Patricia Ayuste.
2 Comentarios
Miri
27 octubre, 2019 a las 9:57 pmMuy, muy bonito.
El tiempo lo cura todo y a veces hay que curar al tiempo……
Patricia
27 octubre, 2019 a las 10:47 pm¡Gracias Miri!
Un beso grande,
Patricia.