Un atardecer de postal en su momento más álgido, una libreta llena de anotaciones, tachones y colores varios y la sensación de no querer marcharte nunca de ese lugar.
Dicen que todo lo que andas buscando, también te busca a ti. Que si en algún momento dejas de buscar y te detienes, de alguna manera, encontrará la forma de dar contigo.
Que no es que te vaya a caer como un regalo sin más, ni que lo vayas a encontrar por puro azar. Ni que solo con pedirlo, desearlo e imaginarlo se vaya a materializar ante ti.
Es saber que por mucho que busques algo, no tienes la certeza de poder encontrarlo. Ni de que exista. O de que sea lo que realmente buscas. Y que, da igual las vueltas que des, o que andes corriendo de un lado hacia otro, o que te dediques en cuerpo y alma a buscar.
A veces, es cuestión de encontrar sin buscar.
Que encuentres tus máximos y te olvides siempre que puedas de tus mínimos. Que aspires a lo más lejano y no tengas miedo de llegar todavía más allá. Que te acostumbres a mirar hacia arriba, hacia delante, hacia todo lo que te viene de cara. En lugar de andar girándote con cualquier excusa. En lugar de distraerte con lo que no viene a cuento. En lugar de recular por decirte esto o aquello.
O por escucharlo desde fuera.
Que encuentres tu propio modo de hacer las cosas. Y que mandes al traste todo lo que no te sirva. Las pruebas, los eternos borradores y las lágrimas de rabia. Las promesas que ni tú te crees, las ideas que te lleven a callejones sin salida, el conformismo de las noches más frías. Que pases por a, b y el abecedario entero en caso de hacerte falta.
Que encuentres la emoción que a veces te falta. Cuando todo apunta a que saldrá bien pero te empeñas en dudar. Cuando no sabes a ciencia cierta hacia dónde soplará el viento, pero te empeñas en quedarte en puerto. Cuando te desinflas sin más. Que encuentres la fuerza y que salgas. A mar abierto, adelante y a donde te propongas.
Que encuentres a esas personas que no te andaban buscando. Pero que te esperaban igualmente. Que te celebren en cada ocasión, y no solo en momentos especiales. Que sientas que son regalo, respuestas y motivos. De los merecidos. De los reales. Que estén siempre y no pasen por tu vida a ratos. Ni de puntillas.
Que encuentres las palabras para cada momento. Y que cada vez te guardes menos. Que sepas cuándo hablar, cuándo callar y cuándo esperar. Tanto para los demás como para ti. Y si no, que salgan como salgan.
Que encuentres la quietud después de la tormenta. Por grande o pequeña que sea. Pese a lo mojados que tengas los pies, los charcos que veas a tu paso o por alterado que sientas el pulso. Que aprendas a aflojar el ritmo, la presión, la marcha.
Y que aprendas a salir de allí cuanto antes. De la tormenta y de la falsa calma.
Que encuentres esos lugares de los que no quieras moverte ni un solo milímetro. En donde sientas que ahora sí que sí, y entiendas que todo lo de antes no. En los que quieras echar raíces, tardes de postal y tus mejores recuerdos. En donde sientas que se detiene el tiempo para que puedas escribir tus pasos.
Que encuentres amor cuando no lo andes buscando. Ni lo pidas ni lo esperes. Pese a que haya historias que se repitan, finales que todavía quemen y personas que vayan a la suya. Pese a que no siempre llegue de la forma en que te gustaría. Ni de quien te hubiera gustado. Que aprendas a ir a la tuya. Y que a pesar de todo, encuentres. Y que sepas ver el amor en cualquier pequeño gesto.
Y que pese a lo que pase, no dejes de darlo nunca.
Que encuentres sin salir a buscar.
Sino saliendo a encontrar.
Patricia Ayuste.
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