Dicen que cada segundo cuenta.
Y que un instante es más que suficiente para dar la vuelta a la tortilla. Para hacerte perder el norte, para que estalle ese temblor que ponga tu vida patas arriba o para que el día se haga noche. Para que cometas la mayor estupidez, te quites de una vez la venda o te asomes desde la cima con la que tanto soñabas.
Que un minuto basta para sentir que el mundo frena, que las prisas han cambiado y que ya no son tantas prisas. Que lo urgente es más que relativo y lo importante, demasiado a menudo, pasa de puntillas. Que lo que pensabas hacer hoy ya no cuenta, y que lo que no sabías cuándo hacer, ahora te urge.
Y te quema.
Que en una milésima de segundo se abren los ojos, se despiertan los sentidos y se olvida lo que está de más. Lo que molesta y estorba. Se despejan las dudas, el semáforo cambia de color y lo esencial se vuelve imprescindible.
Que tienen razón quienes aseguran que hay cosas que no se ven venir y para las que nunca estás preparado. Por mucho que pienses lo contrario. Que hay momentos que te cambian un poco la vida… Mientras que hay otros que le dan un auténtico giro y la ponen del revés.
Unos segundos que te recuerdan que la vida no espera por nada. Ni por nadie.
Que las segundas oportunidades escasean y se cotizan al alza. Que hay preguntas que tienen las horas contadas y respuestas que se autodestruyen solas. Que hay distancias que no se miden en kilómetros, sino en silencios.
Que, a veces, tu único error consiste en equivocarte de estación. En apurar los minutos al límite. En llegar con el tiempo demasiado justo. En cargar con exceso de equipaje, ese para el que no siempre hay espacio. Creer que el tren te dará un par de minutos, que no será –tan- puntual.
El error, a menudo, es correr de aquí para allí. Tratando de estar en todos lados. Ignorando que no puedes estar en dos sitios a la vez y que, si no estás, te lo pierdes. Que hay que estar en el momento oportuno. Que no todo es azar, que es cuestión de elegir.
Que es cierto aquello de que menos siempre es más. De que no puedes ganar todas las guerras, cuanto menos las que no son tuyas.
Que aunque a lo bueno es fácil acostumbrarse y a lo demás no tanto, y hay sorpresas con las que ni contabas ni querías contar, siempre puedes dar un volantazo y cambiar de vistas. Coger aire antes de zambullirte. Dar un salto al vacío y ver qué pasa luego.
Que, cuando nada tienes, nada pierdes.
Que en algún momento toca dejar tanto simulacro y ensayo a un lado y salir de una vez al escenario. Recitar lo que te sepas e improvisar el resto. No contar las veces que te trabes ni que te quedes en blanco. Quemar el guion que otros te dieron y escribir el tuyo propio.
Olvidar antes todo lo que no merezca un segundo de tu tiempo. Pasar página más rápido. Poner kilómetros de por medio a todo lo que no tenga sentido. Ni te haga bien. No esperar más de lo necesario y abrir todas las ventanas que tengas a mano.
Creer antes en ti que en los demás.
Soltar lo que no te quepa entre las manos, lo que te robe ganas y oxígeno, lo que te arañe las entrañas. Tirar por la borda todo aquello que amenace con llevarte a pique. Salirte del caos y de los conflictos en los que no pintes nada.
Que son la mayoría.
Ampliar la curva de tu sonrisa, los segundos de cada abrazo, los te quiero que salen de dentro. Estirar todo aquello que te haga feliz hasta que no dé más de sí. Dejarte de tanto filtro, maquillaje y postizos. No dejar ninguna conversación pendiente ni ninguna llamada a la espera.
Dar la vuelta al mundo con los cinco sentidos, buscar principios y no llorar tanto en los finales. Hacer de cada ocasión algo especial y de lo sencillo algo extraordinario. Apostar por lo que prefieres, incluso cuando tengas todas las de perder. Seguir aquello que acelera tus latidos. Andar a cámara lenta, a tu ritmo, mientras el mundo gira en un torbellino.
Hacer las paces cada día. Contigo y con quien te tiende puentes.
Enamorarte por completo y no a medias. Elegir el mejor copiloto posible, y no el que mejor se venda. Estar con quienes te recomponen. Tener cerca a quien puedas mostrarle todas tus cartas y trucos. Alguien que sea capaz de leer tus subtítulos e interprete tus entrecomillados.
Tener quien sea pura magia.
Vivir sabiendo que, en un segundo, las reglas del juego pueden cambiar, el semáforo ponerse en rojo y que parezca que no habrá un después.
Pero que ese mismo segundo es suficiente para que parpadees, vuelvas al ahora y decidas si saltas o vuelas.
Porque en un pestañeo, todo empieza de nuevo.
Patricia Ayuste.
2 Comentarios
Pepa
4 septiembre, 2020 a las 4:16 pmTotalmente de acuerdo. Cada segundo cuenta y por eso es mejor aprovecharlos.
Me ha encantado, como todo lo que escribes.
Un beso,
Pepa
Patricia
4 septiembre, 2020 a las 9:44 pm¡Gracias guapa! Todo un honor tenerte por aquí, me alegra que pases un buen rato leyendo mis letras 🙂
Un abrazo enorme, cuídate.