Dicen que cuando algo te hace muy feliz y a la vez sientes un poco de miedo sólo de pensarlo, es justo lo que necesitas.
Que, en ocasiones, el miedo te ayuda a no dar un paso en falso antes de tiempo. A pedir socorro cuando tienes el agua al cuello. A descubrir tus puntos más débiles, a encontrar tus vulnerabilidades y dar con los agujeros por donde se te escapa el aire. A empezar algo bueno con el debido respeto y con muchísimo cuidado.
Que, a veces, todo se reduce a mantener viva la esperanza cuando tu alrededor parece hacerse trizas. No caer cuando cae todo lo demás. Llevar la cabeza bien alta aunque no sepas a dónde mirar, andar pese al temblor de rodillas y seguir creyendo en algo, aunque sientas que es más que complicado.
Que lo necesario, a menudo, pasa por tomar distancia de ciertas cosas. Lograr que las noticias no duelan tanto, o al menos, no duelan todas y cada una de ellas. Poner un filtro al caos que te rodea y no llevártelo todo a casa. Descartar los descosidos que no tengan arreglo, todo lo que te haga un daño gratuito, todo lo que amenace en acabar en tsunami emocional.
Lo que necesitas es quitar todo el relleno de tus días. Ese que ni amortigua los golpes que te llegan, ni te deja apenas espacio para moverte con libertad. Deshacerte del hielo que quedó tras la última nevada y que ha cortado toda comunicación posible. De los rastrojos que han crecido sin control y no te dejan ver más allá. De los recambios de tinta que se secaron sin poner por escrito lo que no salía de ninguna otra manera.
Lo que necesitas es salirte del centro del huracán cuando se desata la tormenta. Y aprender a no estar en todas ellas. Frenar el desenfreno cuando sientas que vas de cabeza, parar la locura que no hay quien entienda y encontrar una burbuja de oxígeno para los ratos en que te quedas sin aire.
No empecinarte en seguir donde no debes estar.
Lo que necesitas es alejar a algunas personas, olvidarte de ciertas caras y dejarte de tantas monsergas. Sacar de tu vida todo lo que no debería estar en ella. A quienes la contaminan con basura, vierten sus propias miserias sobre ella y la vuelven incluso tóxica. A quienes te llenan de terror en las pupilas, de una angustia exagerada y de un insomnio que se convierte en pesadilla.
Que no hace falta llegar al nivel máximo del drama para romper algunos lazos.
Alejarte de quien regala insultos encubiertos con cierta facilidad, de los de riñas de mecha corta y de las discusiones que terminan en un callejón sin salida. Dejar de justificarte por todo, de andar remendando lo que no tiene remedio y de darle vueltas a lo mismo una y otra vez. No volver a dar explicaciones a quien no las necesita. Ni le interesan lo más mínimo. Ni las merece.
Lo que necesitas es escarbar hasta el fondo de tus bolsillos y dejarlos vacíos por completo. Abrir la mano y soltar las promesas que ni se han cumplido, ni se cumplirán. Las tiritas que ocultaron más de una herida, pero no las ayudaron a curar. Los sueños vacíos que otros te inculcaron y que sabes bien que no van contigo.
Aprender a depender más de ti. Y menos de todo lo demás. Saber desanudar lo que te aprieta, silenciar el ruido que tanto te molesta y acallar lo que no hay necesidad de oír. Saber reconocer las pisadas que suenan a hueco y no van en serio, las palabras que se dicen por decir y las manos que no tienen intención alguna de ayudar.
Lo que necesitas es saber que hay a quien le importa lo que digas. Quien acude al primero de tus gritos. Quien hace las cosas –y la vida– más sencillas. Quien está con los cinco sentidos y no a medias. Quien te regala flores un lunes cualquiera, llora contigo hasta que se te pasa la llorera y te saca a bailar cuando suena tu canción.
Lo que necesitas es a esa gente que te quiere sin tantas condiciones y te cuida sin que le debas de rogar primero. Más cariño, menos drama XXL y cero daños. Quienes te enseñan a aprovechar el tiempo en lugar de medirlo. Quienes están siempre en primera fila. Quienes hacen de cualquier tontería el mejor de los recuerdos.
Lo que necesitas es reír sin medida y quitarte más de un complejo. Perder el miedo a equivocarte y equivocarte mucho más. Dejar de vivir corriendo, entre tropezones y excepciones y aprender a ver en lo bueno, lo mejor.
Lo que necesitas es no intentar parar el mundo cada vez que sientas que no puedes seguirle el ritmo. Aprender a sonreír más allá de la foto. A no dejar nada sin decir. A dejarte encontrar más.
Lo que necesitas es dejar de buscar el billete premiado y los momentos perfectos. Aprender a vivir con lo imprescindible. Aprender a ser feliz con lo que ya eres.
Porque lo que en realidad necesitas… ya lo llevas por dentro.
Patricia Ayuste.
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