A ti, mamá. Por seguir espantando a los monstruos de debajo de mi cama. Por enseñarme a dar mis primeros pasos, a correr tras lo que quiero y a tratar de tocar el cielo con mis dedos. Por animarme a escalar montañas, a tirarme de cabeza y a coger aire cuando me fallan las fuerzas. Por no soltarme nunca de la mano. Por estar siempre cuando te busco, bien cerca y a mi lado.
Y por estar incluso cuando no te busco.
A ti, mamá. Por ser ejemplo de que se puede seguir adelante incluso cuando la vida se empeña en llenarte de trabas, en llevarte la contraria y en ponértelo la mar de difícil. Por mostrarme que las cosas no siempre resultan como me gustaría, pero no por ello valen menos la pena. Que el esfuerzo tiene su recompensa. Que rendirme no debería ser nunca la primera opción que pase por mi mente.
Y que, en ocasiones, pelear con uñas y dientes no es suficiente. Y hay que apostar más fuerte.
A ti, mamá. Por ser gasa, tirita y betadine todo en uno. Por ser vitamina en los días tontos, grises y difíciles. Por saber quitar hierro, fiebre y problemas. Por saber encontrar remedios infalibles. Por ser almohada en la que refugiarme, llorar y, sobre todo, soñar. Por resultar la mejor –y más natural– medicina posible.
A ti, mamá. Por ser madre, amiga, confidente, enfermera, psicóloga y todo aquello que he podido necesitar en algún momento. Por recordarme la importancia de ser paciente. Por serlo tantas veces conmigo. Por darlo todo para que nunca me faltara de nada. Por ponerte demasiadas veces en segundo lugar y pensar en mí antes que en ti misma.
A ti, mamá. Por ser faro en medio de la oscuridad. De la tormenta. De la deriva. Por saber cuándo cogerme de la mano y cuándo dejarme espacio. Por saber lo que es mejor para mí, aunque no siempre me lo digas. Por dejarme descubrirlo por mí cuenta. Por ser brújula y guía. Por ser el mejor modelo que podría tener.
A ti, mamá. Por devolverme el brillo en la mirada, la esperanza en mis posibilidades y el ánimo en mis momentos más bajos. Por saltar conmigo los charcos y esperarme en cada meta que he cruzado. Por mostrarme que si le sonrío al espejo, la vida me devuelve la sonrisa. Que es cierto que la actitud puede serlo todo. Que las penas compartidas duelen menos y que las alegrías valen el doble si tienes con quien vivirlas.
A ti, mamá. Por ser el motor que me ayuda a seguir adelante en más de una ocasión. Por ser el empuje para salir de donde sea. Por ser equilibrio para no caer cuando la cuerda se afloja. Por enseñarme lo que no viene en los libros. Por celebrar cada peldaño que he subido, por tratar de amortiguar las más torpes de mis caídas y por obligarme a reírme de mí y de mis tonterías.
A ti, mamá. Por ser abrigo en las noches frías o en el más largo invierno. Por hacerme ver que huir no sirve de nada y que hay cosas que, cuanto antes se pasen, antes se olvidan. Por enseñarme a desatar nudos, a coserme los bajos de los pantalones y las heridas que más duelen y a ver que, sin amor, no hay puntadas que valgan. Ni que salgan bien.
A ti, mamá. Por lo que se ve pero, también, por lo que no se ve. Por lo que hay detrás y, sobre todo, dentro de ti. Por dar tanto a cambio de nada. Por no esperar las vueltas. Por dejarte la piel por mí. Por el amor incondicional, las noches en vela y las caricias para el recuerdo. Por darme alas, raíces y razones. Para quedarme. Para fantasear. Para vivir.
A ti, mamá. Por enseñarme que se necesita bien poco para ser feliz. Que valgo más de lo que a menudo pienso, que mis problemas no siempre son tan espinosos como creo y que hay cosas que no se logran en un solo día. Que aunque hay quienes no podrán quererme como me merezco, habrá con quienes podré parar el mundo. Y sentir que poco más importa. Y sentirme como en casa.
A ti, mamá. Por hacer verdad aquello que dicen de que hay amores que son eternos. Que las cosas se dicen y el cariño se demuestra antes de que sea tarde. Que hay abrazos que son refugio y miradas que son caricia. Por ayudarme cuando otros daban un paso atrás. Por hacerme sentir afortunada de tenerte.
A ti, mamá. Por serlo hoy y los 364 días restantes. 24 horas sin descanso.
A ti, mamá: gracias por darme la vida.
Patricia Ayuste.
2 Comentarios
Pepa
7 May, 2021 a las 4:21 pmQue relato más bonito. Y cuanto amor de madre.
¡Un abrazo desde Berlín!
Patricia Ayuste
7 May, 2021 a las 5:02 pm¡Muchas gracias! Me lees siempre con buenos ojos 😉
¡Un beso enorme desde Valencia!