Se acabó eso de decir pero no hacer nada en realidad. Prometer mucho pero cumplir más bien poco. Hacer planes pero no llegar a ninguno. Los engaños conscientes, las mentiras para quedar bien, los agobios por tonterías. No subir un escalón más por si te caes de donde estás. Esconderte cuando crees que puedes equivocarte.
Negar, por el qué dirán, aquello que sí que va contigo.
Se acabó tanta queja inútil, recoger las culpas que no son tuyas y excusarte por todo y ante cualquiera. Tanto por tus fallos como por tus aciertos. Destrozarte los nudillos ante puertas cerradas, no abrir la boca cuando más tienes que decir y romperte con el más pequeño golpe. Ponerte los límites más altos de saltar, marearte por dar tantas vueltas sin ningún sentido y quedarte siempre en la escala de grises por miedo a brillar.
Se acabó no saber dónde poner el punto final. Dejar las frases a medias, no cerrar comillas ni corchetes y vivir siempre entre paréntesis. Escuchar lo que no quieres escuchar, decirte cualquier otra cosa menos la verdad y sobrevivir fuera de plazos. Postergar como método de trabajo. Actuar al margen de tus propias posibilidades.
Y huir hasta de ti cuando tu vida se nuble.
Se acabó eso de aceptar negativas como única respuesta. De quedarte con la primera opción, con la imagen pequeña, con los restos que otros descartan. Coger el último autobús por temer llegar primero. No decidirte a ir en una u otra dirección por si no es la correcta. No atreverte a levantar la voz cuando es necesario, a llamar a las cosas por su verdadero nombre y a abandonar esos espacios que se te han quedado pequeños.
Se acabó sufrir como manera de ver la vida. Preocuparte antes siquiera de empezar. Angustiarte desde la primera nube. No quitarle ojo a cosas que puedes perderte. Y quien dice cosas, dice personas. Reprimir las carcajadas, dejar que las dudas te ganen la batalla y vivir en medio de pretextos. Rendirte en las etapas tempranas. No apostar lo más mínimo por miedo a perderlo todo.
Y arrepentirte de las muchas veces que saliste corriendo.
Se acabó ver cómo tus esperanzas caen escalera abajo, los minutos se te escapan y las oportunidades se ahogan sin que puedas recatarlas. Mirar siempre hacia el suelo, en lugar de llevar la cabeza levantada y mirar hacia lo alto. Sentir que la velocidad te corta la respiración, que las prisas te asfixian y que la meta se encuentra demasiado lejos. Notar el vacío, el silencio y el abismo.
Saber que lo urgente te roba demasiado tiempo.
Se acabó perderte la escena final, el último aplauso y los abrazos que te salvan. Esconderte tras un filtro de Instagram, una capa de maquillaje o un parche mal puesto. Atascarte entre rutinas, carreras y porsiacasos que no te llevan a ningún lugar. Sobrevivir a base de planes pospuestos, de chascos y de ausencias. Dejar de cubrir carencias y de darte la espalda.
No atreverte a lo que de verdad anhelas.
Se acabó perder el norte por quien vale tan solo unos céntimos. Regalar tu tiempo a quien no lo aprecia, gritar donde no quieren oírte y amar donde los sentimiento no vienen de vuelta. Estar solo para otros y para cualquiera, pero no para ti. Subir a pedestales a quienes tienen todas las de caerse. A quienes no se lo merecen. Romperte la cara por quien no te ayuda a recomponerte.
Y echar de menos a quien nunca te ayudó a salir a flote.
Se acabó dejarte para último lugar, contarte tanto cuento y conformarte con las sobras. Vender tu calma. Pensar poco en ti. Vivir entre barrotes, lejos de casa y con el miedo a cuestas. Permitir que otros te hagan añicos, te atropellen con facilidad y simulen que están de tu lado, cuando no lo están. Cargar con demasiadas piedras en los bolsillos y penas en el alma.
Se acabó aplazar la felicidad para mejores momentos. Inventar fórmulas mágicas que no sirven para nada. Seguir consejos que te ayudan menos. Dejar tus sueños en la almohada, las ganas en casa y los ánimos en el trastero. Esperar que los finales sean felices y bonitos, que los problemas se solucionen solos y que algunas cosas caigan del cielo. Celebrar solo los grandes días. Con la boca pequeña y a medias. Olvidarte de que lo que importa es ser feliz, que sobran muchos tópicos y que no hay tantos secretos.
Y que la felicidad va siempre por dentro.
Se acabó esperar milagros, a que las farolas se enciendan y a que la ocasión sea especial.
Se acabó vivir solo por lo urgente.
Se acabó eso de olvidar lo importante.
Patricia Ayuste.
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