Como cada enero, es momento de poner el contador a cero, sacar un nuevo cuaderno y tener el ánimo por las nubes. Empezar la que puede ser tu obra maestra. Recuperar la ilusión que una vez perdiste. Dejarte de tantos planes y centrarte en lo que tienes delante. Recordar que, a menudo, se trata de echarle mucho morro y más ganas al mundo.
Y que, todo en lo que crees, empieza por creer en ti.
Puede que nunca antes hayas tenido del todo claras tus prioridades hasta que la pandemia puso tantas barreras al mundo. O puede que sí. Pero es fácil que hoy valores más si cabe tu libertad, tu salud y tu tiempo. Que hayas creado tu propia normalidad y hayas borrado mucho de lo que, ni ahora ni antes, te hacía falta. Que es seguro que hoy aproveches más los minutos, las distancias y cualquier muestra de cariño que te obsequien. Por pequeña que sea.
Enero es momento de decir «se acabó». De dejarte de balances, de listas y de propósitos que en el fondo no piensas cumplir. De dejar atrás todo lo que no quieras llevar contigo. De no seguir mirando al pasado pero saber quedarte con lo bueno. Con las lecciones. Con lo aprendido. Con las páginas escritas. Y las que se quedaron en blanco. Con la esperanza lo más intacta posible. Con la intención de vivir en presente.
Y de soñar en futuro.
Sabiendo que, a pesar de todo lo malo, eres todo lo bueno que necesitas. Eres todo lo que queda a pesar de las tormentas, las olas y los terremotos. Que mientras quede un rayo de luz, vale la pena luchar por salir del túnel. Que mientras siga sonando la música, te debes seguir bailando.
Que nada te falta si no te faltas tú.
Enero es momento de cocer tus sueños a fuego lento. De tomar conciencia de que para construirlos, al igual que cualquier castillo, debes empezar desde la parte más baja. Desde cero. Desde los mismísimos cimientos. Saber que hay ladrillos que al final no encajan, baldosas que se rompen a la mínima o con el paso del tiempo y que te puedes quedar sin lumbre si no estás pendiente. Si pierdes la chispa del principio. Si te olvidas de para qué empezaste todo esto.
Si bajas el fuego al que se doran tus sueños.
Enero también te enseña que echar de menos está permitido y es incluso necesario. Que de las pérdidas aprendes a valorar más lo que tienes, lo que eres, lo que sientes. Lo que has logrado hasta ahora y lo que todavía te queda. Quienes te han acompañado y quienes piensan quedarse para largo. Todo lo que es tu vida, de la que tan a menudo protestas, pero de la que tienes tanto por lo que dar las gracias.
Que es cierto que las mejores cosas pasan cuando menos las esperas, pero que es necesario recordar que el 90 por ciento de tu éxito consiste en creer que puedes. En tu actitud. En las ganas que muestres. En darlo todo a pesar de que puedas salir perdiendo. Y escaldarte. En acorralar tus miedos y apostar por tus sentidos. En guiarte por tus latidos, por tus entrañas, por tu instinto.
En lanzarte a la piscina y que tus sueños no sean una mera declaración de intenciones.
Dejar de pelear por llevar siempre la razón. Por tener las soluciones óptimas, las respuestas oportunas y el control a mano. Dejar de una vez de intentar llegar a todo y que las cosas salgan perfectas. Para, simplemente, dejar que salgan. Y que salgan bien. No tomarte cada decisión como decisiva sino como una oportunidad. Buscar tu propio equilibrio. Encontrar la paz que necesitas. Y descomplicar tu vida.
Seguir ese hilo invisible que te conecta a quienes estaban destinados a ponerse en tu camino. A acompañarte y guiarte. A quienes es una suerte tener tan cerca. Porque siempre hay alguien al otro lado cuando lo necesitas. Cuando aprendes a poner a cada uno en su lugar. Cuando aprendes a quién puedes llamar y a quién no. Y por quien dar las gracias. Cuando brindas por ti. Por nosotras. Por los tuyos. Y, sobre todo, por ti, mamá.
Llámalo amor. O llámalo como quieras.
Enero es momento de preguntarte si eres feliz de verdad. O si sólo sueñas con serlo. Si te dices las cosas de frente o si miras hacia otro lado. Si te cuidas bien por dentro y ver si hay algo más que puedas hacer por ti. Por hacer sitio a lo que más te importa, a lo que va en mayúsculas, a lo que te da energía de la buena. Aprovechar cada uno de esos momentos que se vuelven perfectos y alejarte de todas esas preocupaciones que te quitan el sueño en vano.
Haz que cuente lo bueno sobre lo malo. La risa sobre el llanto. La certeza sobre la incertidumbre. Atrévete a quitarte las corazas que te impiden ser quien eres, a vivir sin tanto escudo y a no lastimarte con cualquier tontería.
Y aprende a brindar por cada uno de tus fracasos. Por tus lágrimas, tus miserias y tus peores fiascos. Porque sólo cuando los aceptes, podrás superarlos. Y hacer las paces con ellos. Bien por ti.
Que tengas el valor de apostar siempre por ti y de vivir en primera persona. De recordarte de que eres muy capaz, más de lo que en ocasiones admites, de lo que otros te dicen y de lo que, a menudo, sientes.
No olvides que lo que necesitas es empezar por lo más pequeño para soñar a lo más grande. Que si no estás bien para ti, no estás bien para nadie.
Y que, por eso, empieza por cuidarte, primero tú.
Feliz veintidós.
Patricia Ayuste.
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