Pierde el miedo a lo que viene después de una noche oscura. A lo nuevo, al silencio, a lo desconocido. A las mil y una posibilidades que se esconden en un día y sus 86 400 segundos. A todas las nuevas sonrisas que te quedan por disfrutar y a todas las historias que vas a poder comenzar. Sin importar tanto si salen bien o mal, sino que salgan.
Pierde el miedo a tomar decisiones. A elegir entre A y B. A decidir, incluso, entre malo y pésimo. A arriesgar y equivocarte estrepitosamente. Pero también, a arriesgar y acertar de pleno. Piensa que sólo así impides que tus problemas se hagan bola y sigan creciendo. Cuando dejas de darle tantas vueltas a lo que te preocupa y decides ir al grano. Para llegar a lo que quieres. Para cuidar lo que más te importa.
Pierde el miedo a cerrar una puerta. A pegar un portazo si hace falta. A concluir una etapa. Y a darte media vuelta. Recuerda que todo lo que empieza, en algún momento termina, que algunos finales, pese a lo amargos que sean, suelen ser necesarios y que forzar las cosas nunca trae nada bueno. Que no es cuestión de llevar nada al extremo ni al límite y es mejor no cruzar tus líneas rojas. Ni repetir tus más vergonzosos errores. Ni tratar de retener a ciertas personas.
Pierde el miedo a las curvas de la vida. A sus idas y venidas, a sus semáforos en ámbar, a sus cuestas y sus bajadas. A los cambios imprevistos, a los espacios en blanco y a las lluvias que te sorprenden hasta en el día más soleado.
Porque todo tiene un motivo y lo malo también pasa.
Pierde el miedo a vivir sin tantos planes. A vivir improvisando. A pensar mucho menos y sentir al máximo. A cambiar de ideas, de caminos y de destinos según lo sientas. A dejarte llevar más aunque no sepas bien hacia dónde vas. Y que, incluso, te importe poco el destino.
Y que lo importante sea el momento. La aventura. La propia vida.
Pierde el miedo a hacer las cosas a tu manera. Por tu cuenta y riesgo. A decidir por ti si sales, entras o te quedas. A tenerte más presente, rechazar compromisos innecesarios y alejarte de lo que te haga sentir fuera de lugar. Incluso cuando te rodee un grupo grande de personas. No dudes en salirte de cualquier ratonera, de cualquier círculo que resulte vicioso, de cualquier triángulo que se parezca al de las Bermudas.
Y aprende a vivir por y para ti y no de cara a la galería.
Pierde el miedo a esperar siempre lo bueno, por revueltas que vengan las cosas. A mantener la esperanza pese a las noticias que abren los telediarios, los trending topics que despiertan odios y los malos presagios que circulan por Whatsapp. Aprende a llenarte de paciencia, a poner siempre de tu parte, a hacerlo lo mejor que puedas. Y a no dejarte arrastrar por ninguna marea.
Pierde el miedo a hacer el ridículo. A equivocarte a lo grande. A que otros te señalen. Que deje de importarte lo que otros digan. Lo que otros piensen. Lo que otros hagan. Que no te den vergüenza ninguno de tus tropiezos, ninguno de tus desafinos, ninguna de tus barbaridades. Que son sólo tuyos. Que de todos tus despropósitos aprendes.
Piensa mejor que, sólo de intentarlo, estás un poco más cerca de donde sueñas.
Pierde el miedo a ponerte delante. A subirte al escenario. A coger con fuerza el timón del barco. A titubear mucho menos y llevar la voz cantante cuando sientes –y sabes– lo que quieres. Aprende a dejar de esperar en el banquillo, a seguir sólo las directrices de terceros o a vivir en permanente modo borrador. Y lánzate más al vacío, a escribir con pulso firme y a protagonizar tus propios directos.
Sin tanto ensayo, sin tantas dudas, sin tantos miedos.
Pierde el miedo de pensar en positivo. De ser optimista incluso cuando no sepas cuál es siguiente paso. Incluso cuando los nervios te encojan el estómago. Incluso cuando las cuentas no salgan. Porque cuesta lo mismo serlo que no serlo. Porque es mejor tener un plan que una excusa. Porque ver el lado bueno de las cosas es sólo una decisión. Y una ayuda en momentos de crisis.
Y porque hay malos ratos que puedes ahorrarte vivirlos.
Pierde el miedo a soñar. De verdad y no con la boca pequeña. A lo grande, con todas las consecuencias y no con mil peros en la cabeza. Que tu lista sea interminable y no por ello te cueste creerla. Que saques el valor necesario para ir a por lo que acelera tu pulso, para que nada ni nadie te impida perder de vista lo que quieres y para que disfrutes de cada uno de los sueños que logres.
Y de los que todavía aguardan en tu lista.
Pierde el miedo a decir «te quiero», a demostrar lo que sientes, a luchar por quienes más quieres. No te dejes en la recámara ninguna oportunidad de expresar lo que te bulle por dentro. Lo que te sonroja las mejillas. Lo que da color a tus días. No des ninguna muestra de cariño por sentado, no aplaces ninguna sonrisa y no te guardes ningún abrazo que puedas dar hoy.
Ninguna caricia. Ni ningún latido.
Pierde el miedo a decir adiós. A las despedidas que ves venir y a las que no. Aprende a vivir al día. A priorizar lo que te sienta bien. Y a disfrutar de cada oportunidad que la vida te pone enfrente. Dure lo que dure.
Pierde el miedo a ser tú en todo momento. A tropezar de vez en cuando, pero, también, a brillar con toda la luz que tienes.
A aprovechar cada impulso que te llene de vida y te lleve un poco más lejos.
Y pierde el miedo al miedo. Sólo así seguirás adelante.
Patricia Ayuste.
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