Simplemente porque es -casi- Navidad, y en Navidad, como dicen en una conocida película, se dice la verdad, es tiempo de volver a tus orígenes, abrir los brazos y soñar con lo imposible.
Diciembre es sinónimo de cuenta atrás. De echar un vistazo a los últimos once meses, reflexionar sobre cómo imaginaste que sería tu año y cómo ha resultado ser. Repasar la lista de sueños que escribiste y ver qué tal te ha ido con ellos. Darte cuenta de lo que te ha hecho feliz y lo que te ha robado tiempo, tranquilidad y alegría. Reescribir tu lista de pendientes, quedarte con todo lo bueno y tener muy presente los aprendizajes.
Tirar lo que ya no funciona, hacer espacio y poner el contador a cero para lo que viene después.
Es tiempo de cantar villancicos, lucir jerséis de renos a juego con los tuyos y comer turrón sin sentirte mal por ello. Es tiempo de dar los retoques finales al árbol, de las compras de última hora para sorprender a quienes más quieres y terminar la carta a Papá Noel y a los Reyes. Es tiempo de emocionarte, de retomar la generosidad como hábito y de expresar tus mejores deseos de corazón.
Diciembre es el mes de las celebraciones y la dicha, de llenar tu agenda de bonitos reencuentros y de volver a ilusionarte. Contigo, con los tuyos y con lo que está por venir. De hacer planes por encima de tus posibilidades, de contagiarte de la alegría de los niños y recuperar la confianza que, cuando la descuidas, flojea. El mes de hacer las paces con tus recuerdos, con tu pasado y con la nostalgia.
Y poner fin a esas rencillas tontas que no te llevan a nada salvo a pasar malos ratos y alejarte de personas que te importan.
Es tiempo de volver a creer. En el poder de las buenas intenciones. En la fuerza salvadora de pedir perdón (y que te perdonen). En que las reconciliaciones sanan, los desencuentros tontos se olvidan y en que se puede comenzar de nuevo en cualquier momento. Volver a creer en estrechar los lazos y todo aquello que une, en lugar de quemar puentes. En que es una suerte cuando tienes cerca a quien mire en la misma dirección que miras tú.
Es tiempo de creer –porque es un hecho– que solo por existir ya haces feliz a mucha gente.
La Nochebuena es un billete de ida -directo y en primera clase- hacia lo que consideras tu hogar. Es el retorno a esas raíces que a menudo olvidas, a esos recuerdos de la infancia que todavía te sacan una sonrisa, a esa mezcla de sentimientos y emociones tan difíciles de explicar. Nochebuena es poner rumbo hacia esos reencuentros tan deseados y que no cambiarías por nada del mundo. Es perder la noción del tiempo en esas sobremesas que no tienen fin, ver tu reflejo en esas miradas que brillan tan solo con verte y sentarte de nuevo en esa mesa donde están quienes más quieres.
Nochebuena no es sólo volver a casa, sino volver a esos abrazos que curan y a esas personas que son refugio. Es recordar de nuevo lo que es importante de verdad y lo que nunca lo fue.
Nochebuena es la esperanza de que todo es posible, por tópico que suene. Es encontrar motivos cuando las posibilidades son pocas o nulas. Es callar de una vez por todas los miedos que durante tanto tiempo te han limitado. Es quitarte cadenas, vaciar tu mochila de piedras y dejar de ponerle tantas pegas a la vida. Dar sin esperar las vueltas. Y reavivar el fuego que te abriga.
Nochebuena es demostrar que un «te quiero» acorta distancias, que hay regalos que no se compran con dinero y que la Navidad es un sentimiento.
Un sentimiento que también se vive entre quienes no pueden volver hoy a casa, quienes huyen de una guerra dejando todo atrás, quienes, por un motivo u otro, se encuentra lejos de su familia. Entre quienes tendrán que pasar las fiestas en una cama de hospital, en el precario refugio de cuatro cartones en un portal o a saltos de una memoria que, poco a poco, les hace olvidar quiénes son.
Navidad es también recordar a los que ya no están y agradecer el tiempo que estuvieron en tu vida. Echarlos de menos, pero sonreír al pensar en ellos. Saber que, aun sin estar, están contigo y siguen cada uno de tus pasos. Y que, desde algún lugar, sonríen con orgullo gracias a ti.
Navidad es echar de menos, pero sonreír por lo vivido.
Navidad es amor del puro. El que das sin pensar y el que recibes de vuelta. Y a diario. Es saber que hay quienes lo dan todo por verte feliz y por quienes la vida merece la pena. Es disfrutar de quienes te rodean y sentir que la suerte te sonríe al ver hoy quiénes se sientan a tu lado en la mesa.
Es hacerles saber a quienes más quieres que estás ahí para ellos.
Es cada beso debajo del muérdago, cada nueva vida que llega a la tuya, cada nueva promesa que te haces para cumplirla.
Es tiempo de valorar lo que tienes, silenciar el móvil y vivir en directo.
Porque el 24 de diciembre es un día como otro cualquiera y, a la vez, un día como ninguno otro.
El 24 de diciembre es, si lo quieres, el pistoletazo de salida a una nueva lista de deseos, a retomar el contacto con los que hacen girar tu mundo y a aprovechar cada uno de los motivos que se te presenten para ser feliz en cualquier momento.
Feliz Nochebuena.
Y feliz, muy feliz, Navidad.
©Patricia Ayuste.
2 Comentarios
Ara
26 diciembre, 2022 a las 6:07 pmPero qué bonito escribes. Sabes poner palabras a esos sentimientos que se nos atascan en la garganta. Espero que tus días hayan sido mágicos. Un abrazo!
Patricia Ayuste
3 enero, 2023 a las 4:53 pmMuchas gracias por tus bonitas palabras, Ara, se te echaba de menos 😉
¡Feliz año!