Llega un punto en que te das cuenta de que es sorprendentemente fácil cuántas cosas dejas para mañana. Lo que ni te gusta, ni te apetece, ni te anima, pero también lo que más quieres, pero no te atreves a intentarlo.
Que te has acostumbrado a dejar demasiado para luego. Para «cuando sea». Para nunca.
Empezando por ti.
Te das cuenta también de lo sencillo que te resulta mentirte y convencerte de que mañana tendrás más tiempo. Que tendrás más opciones entre las que elegir, más fuerzas para seguir adelante, más ideas buenas para salir triunfante. Pensar que mañana verás la situación más clara, encontrarás las respuestas que se te resisten y que sabrás cómo terminar lo que hoy no sabes ni por dónde comenzar.
Pensar que mañana será un gran día, como si hoy no pudiera serlo.
Llega un punto en que descubres que es un error, de los grandes, dejar que tus dudas pesen demasiado y condicionen todo lo que haces, dices o piensas. Que consigan que te cueste demasiado esfuerzo cualquier tontería. Que no te decidas a algo por miedo a que no salga bien, por creer que no estarás a la altura, por no saber a ciencia cierta hacia dónde dirigirte. Que le des más poder a esas dudas que a tus posibilidades reales y que termines mirando siempre al suelo, en lugar de mirar al frente. A lo que tienes delante.
Porque es un error, de los grandes, perderte el presente por estar mirando hacia cualquier otro lado.
Porque es más que necesario quitar el piloto automático. Prestar atención a lo que tienes delante y dejar de poner tu vida en una constante pausa. Dejar de vivir en una continua espera del momento oportuno, en una frecuente queja por no tener tiempo, en un eterno descanso mientras observas la vida desde el banquillo. Como si el tiempo fuera ilimitado.
Es bueno, sin embargo, que dejes de dar tantas vueltas a las situaciones, desenredes los nudos que te frenan y pruebes suerte sin tanto miedo.
Es bueno que no permitas que buscar el momento «perfecto» te impida dar un paso al frente y te mantenga bien lejos de lo que quieres. No te preguntes qué pasa si no funciona y arriésgate pensando que sí lo hace. Porque nada es nunca 100% perfecto y cualquier momento, en realidad, es más que bueno –y suficiente– para lo que te propones. Recuerda que el tiempo pasa y no espera por nada, ni por nadie. Que el después, a menudo, nunca llega, que hay trenes que solo pasan ante tu puerta en contadísimas ocasiones y que las plantas se secan si te olvidas de regarlas.
Y quien dice plantas, dice sueños.
Porque son precisamente tus sueños los que deberías regar a diario, cuidar con más mimo y no dudar nunca de ellos. Los que necesitan dejar de ocupar espacio en tu lista de pendientes, en tu lista de decepciones, en tu lista de imposibles. Los que merecen que tengas el suficiente coraje de ir a por ellos. Los que, si no pierdes de vista, te llevarán muy lejos.
No en vano aseguran que el futuro es de aquellos que creen con firmeza en sus verdaderos sueños.
Te debes, por ello, tener claro lo que va delante y lo que no es más que un estorbo. Lo que es prioritario de lo que es un mero accesorio. Ser capaz de buscar –y llamar a– las puertas que quieres cruzar, los trampolines que te lanzan hacia lo que en realidad te importa y los billetes de tren que te llevan a ese viaje que promete ser el giro con el que sueñas.
Piensa que no importa los kilómetros que tenga, porque cualquier viaje comienza con un sueño y un paso al frente.
Como cualquier cambio comienza con una decisión. La de dejar de insistir en lo que no funciona, tomar distancia de lo que te daña y poner todo de tu parte cuando inviertas tu tiempo en algo. O en alguien. Alejarte de donde no te quieren bien, ponerte en el centro de tus prioridades y buscar el sitio donde puedes brillar siendo quien eres.
Aprende a no exigirte por encima de tus posibilidades, a pensar mucho menos en lo que viene mañana y a equilibrar más la balanza entre mente y corazón.
Haz más de esas llamadas que te dan la vida, de esos mensajes que te alegran el día y de esos reencuentros que solucionan tu mundo. Presta más atención a quienes son faro cuando te pierdes y luz cuando te nublas y rodéate más de quienes te llenan de tranquilidad. Ayuda y déjate ayudar antes de que el agua te llegue a la garganta. No te guardes ninguna carcajada ni ningún “te quiero” para mañana ni para fechas señaladas. Abraza siempre que lo sientas y besa en cada ocasión que se te presente.
Haz del ahora tu momento más especial y de quienes te quieren tu mejor refugio.
Prueba a quererte cada día un poco más y mejor. A sermonearte mucho menos y piropearte mucho más. A reconocer el valor que tienes, el respeto que mereces y las huellas que has dejado. Trata de no hacerte nunca de menos y de no temer ser quien eres.
Busca la manera de hacer las paces con tus demonios, con tu pasado y con todo lo que, en algún momento, te privó de libertad. De esperanza. Y de paz.
Aprende a no dejarte nunca para después. A no olvidarte de ti.
Recuerda que es cuestión de ahora o nunca, que después puede ser bien tarde.
Patricia Ayuste.
2 Comentarios
Ara
20 febrero, 2023 a las 4:44 pmHe leído tu texto justo cuando más lo necesitaba. Me ha encantado. Un abrazo!
Patricia Ayuste
20 febrero, 2023 a las 8:15 pmMe alegro mucho de que te haya gustado y te haya ayudado, Ara.
Un abrazo enorme 😊