Dicen que cada persona tiene su propia historia que contar. Una historia repleta de alegrías y tristezas, de comienzos inacabados y desenlaces repentinos, de giros inesperados y de tramas y subtramas que se entremezclan. Que no siempre trascurre como al narrador le gustaría y que, a menudo, parece que lo tiene todo en contra para salir bien.
Pero lo que es cierto es que todo lo que baja, en algún momento sube y que los puntos finales son más que necesarios para que cualquier historia avance.
Y es cierto también que hay situaciones que solo entiendes cuando miras hacia atrás y has leído todas –o casi todas– las líneas, las descripciones y diálogos. Cuando aceptas que cada personaje sigue su propio guion, que hay conflictos que terminan mal o nunca se resuelven y que, a menudo, deberás cambiar el contexto para conseguir tu propósito.
Cuando aceptas que el futuro es siempre un escenario incierto que jamás está 100% en tu mano y aprendes que lo único seguro es el aquí y ahora.
Cuando aprendes que, en las historias, cada escena cuenta y siempre hay una razón en ella. Aunque no sea obvia. Que toda acción conlleva una reacción, que no hay causas sin consecuencias y que los problemas que no resuelves hoy te persiguen a lo largo de toda la historia. Y reaparecen cuando menos te lo esperas.
Que has de vivir cada capítulo para no perderte nada. Y recordar que un mal capítulo no es sinónimo de fin de la historia.
Porque cualquier historia, como la vida, tiene sus idas y venidas. Tiene sus empujes y sus frenazos. Tiene sus momentos de comedia y sus ratitos de lágrimas. Porque nada es lineal y, como regla general, deberás de dar más de una vuelta para llegar a donde quieres.
Pero que son precisamente los giros que no ves venir los que más sorprenden. Y los que le dan sentido a los grandes días.
Que la diferencia entre grandes y no tan grandes momentos en ocasiones es muy fina. Y, en todo caso, depende de ti. De que ajustes tus expectativas. De exigir menos y disfrutar más. De aprender que los ensayos, a menudo, son prescindibles y lo que funciona es ser tú sin tanta máscara. Que los pequeños detalles importan más de lo que parece.
Y que solo el tiempo que disfrutas cuenta como vivido.
Que es importante agradecer por tener cerca a quienes te sacan una sonrisa incluso en los momentos en que tus ánimos están bajo mínimos o agotando tus reservas. Quienes te hacen sentir bien con solo estar a tu lado. Junto a quienes te sientes invencible y capaz de todo. Quienes no dudan en hacer crecer tu felicidad con sus granitos de arena, te ayudan a encontrar tranquilidad en lugar de llenarte de problemas y te motivan más a ver el lado bueno de cada historia. Con quienes sientes que no puedes enfadarte.
Porque quienes te hacen reír, bien es cierto que valen el doble.
Que es importante, también, aprender que cada personaje tiene su propio papel en tu historia. Que habrá quienes entren en escena para no marcharse, para ser guía cuando algún acto se te atragante o para compartir contigo tus mejores y peores minutos en pantalla. Mientras que habrá quienes abandonen en medio o al final de alguna de tus temporadas. Algunos, incluso, por la puerta de atrás y sin despedida.
Que es un hecho que cada uno elige cómo se marcha, pero tú decides quién se queda.
Como tú decides lo que es importante en tu propia historia y lo que no. Lo que va delante y lo que va directo a la papelera. Cuándo empezar un nuevo capítulo y cuándo poner fin a una secuencia demasiado amarga. Incluso dramática. Cuándo escribir puntos suspensivos y cuándo dejar un punto final.
De ti depende que solo tú sostengas el lápiz que escribe tu propia historia.
Como de ti depende recordar que no es que la esperanza sea lo último que debes perder, sino que no debes perderla nunca. Que ser valiente implica arriesgarte a fallar, pero también a acertar. Que atreverte te abre más puertas que quedarte esperando la ocasión perfecta. Que debes escuchar por igual a cabeza y corazón, tener claras tus prioridades y las lágrimas que no valen la pena.
Que apostar por ti es siempre un acierto y que, cuando confías en ti, tu historia cobra todo el sentido.
Como cuando entiendes que algunos imposibles no lo son tanto y que, a menudo, se logran.
Cuando vives sabiendo que cada día es único y la vida demasiado breve. Y no los desperdicias.
Cuando comprendes que puedes ser un átomo en el universo, pero que de los átomos se crean las grandes historias.
Y que eres la mejor historia que puedes contar.
Patricia Ayuste.
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