Dicen que hay un último día para todas las cosas, pero, también que todo final es, en realidad, un nuevo comienzo.
Por eso, cuando sientas que la noche es demasiado oscura, que el invierno es más frío que nunca o que la tormenta bajo la que corres se va a llevar todo lo que conoces, recuerda que la vida es un ciclo infinito de comienzos y de finales. Y que, las situaciones, igual que llegan, se marchan. Como las estaciones se suceden unas a otras, como la primavera funde la nieve y como el sol sale de nuevo cada día.
Como el arcoíris surge después de la lluvia.
Incluso cuando sientas que estás en un pozo profundo del que no ves cómo salir, cuando te enfrentes a un problema que no sepas cómo resolver o cuando creas que te has quedado sin respuestas para las preguntas que te inquietan, piensa que las soluciones no llegan siempre a la primera. Y que no siempre a la tercera va la vencida. Que hay cosas que requieren de dosis extra de esfuerzo, de paciencia y de ganas.
Que, a menudo, se trata de pensar distinto, de darle una vuelta al problema y de creer, de verdad, que eres bien capaz de solucionarlo por tu cuenta.
No olvides que, por feas que se pongan las cosas, siempre hay algo que puedas hacer al respecto. Porque se trata de no quedarte donde no es tu lugar. De salir de cualquier ambiente que te asfixie, de huir de cualquier bucle que te arrastre hacia el fondo y lejos de lo que quieres, de abandonar cualquier guerra que no vaya contigo.
Porque, soltar puede doler, pero sostener lo que no se sostiene por ningún sitio es una derrota segura.
Empieza a confiar mucho más en ti, en tus posibilidades y hasta en tus días más grises. Porque todo cuenta. Confía en que, aunque no sepas por qué ventana te has de asomar y te sorprenda algún portazo que no supiste anticipar, la luz sabe colarse entre las sombras. En que los semáforos en rojo también cambian a verde, las cuestas, en algún momento, bajan y en que preocuparte por absolutamente todo no soluciona nada.
Confía en que puedes perder el norte durante un tiempo, pero que, tarde o temprano, vuelves a recuperarlo, en que los problemas siempre terminan, de una u otra manera, arreglándose, en que las cosas cambian cuando consigues darle la vuelta a la tortilla y en que no todas las curvas de la vida salen mal.
Que puede que algunas aventuras se conviertan en verdaderos dramas, que algunos personajes caigan en diálogos vacíos y pierdan su magia y que algunos escenarios solo traigan conflictos y tragedia. Pero también es cierto que, como narrador de tu historia, puedes –y debes– esforzarte es escribir los capítulos que quieres vivir, en llenar de fantasía tus días, tirar de la imaginación necesaria para vencer a los villanos que te salen al paso y en reconstruir la trama de tu vida cada vez que se salga de tus planes.
Y que no deberías olvidarte nunca del papel que, como protagonista, te corresponde en tu propio cuento.
Como no deberías olvidar que los sueños mueren si permites que tus miedos sean mayores que ellos. Si bajas los brazos con el primer tropiezo que tengas, si sueltas la ilusión antes de tiempo, si haces más caso a quienes te susurran que no es tu camino. Si pierdes de vista que los sueños no solo se sueñan, sino que se trabajan.
Y que algunos finales son más que necesarios para que empiece lo verdaderamente bueno.
Que también es necesario que aprendas a soltar a quienes ya no tienen cabida en tu día a día. Porque hay quienes llegaron para quedarse –y se quedan– a tu lado, en tu vida, de tu mano. Por tiempo que pase, por distancia que medie, por silencio que reine. Que hay fuerzas y lazos que no son fáciles de romper y que unen más que cualquier cadena. Pero también hay quienes llegaron para un tiempo determinado. Quienes una vez fueron importantes y, en algún momento, dejaron de serlo para convertirse en recuerdos. Mejores o peores.
Porque solo cuando aprendes a decir adiós a lo que fue, puede llegar lo que será. Y que, a menudo, lo bueno llega justo después del peor desastre.
Porque hay personas que son un regalo cuando se marchan. Quienes hieren más que curan, quienes dañan lo inimaginable, quienes te rompen poco a poco sin que te des ni siquiera cuenta. Quienes saben cómo manejarte, cómo llevarte y qué decir en cada caso. Quienes tienen un arte especial en destrozar corazones y construir murallas. Quienes te roban el alma sin intención de devolvértela.
Y es por eso que algunas personas te salvan la vida solo cuando se marchan.
Como te puede salvar saber que algunos finales son necesarios. Que algunas despedidas son lo mejor que podía pasarte. Y que algunos desenlaces son la única posibilidad que tenía esa historia.
Saber que los finales felices, a menudo, son más cosa de Hollywood, porque las buenas historias no tienen final.
Saber que hay algunos puntos finales que son el comienzo de la siguiente trama.
Saber que, aunque nada dura para siempre, los sueños que de verdad importan no tienen fecha de caducidad.
Patricia Ayuste.
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