Si fuera la última vez, porque siempre la hay, me preocuparía menos del después, y más del ahora. De ese momento. De mí. De lo que puedo ver, sentir y tocar con mis manos. De lo que es real y no pura ficción. De aquello de lo que podré hablar por conocimiento, y no por especulación.
Si fuera el último sueño, sería uno de los de los que enamoran. De los que traspasan la almohada y hacen brillar miradas. De los que sobreviven al tiempo, a las caídas, a los cielos negros. De los que resisten vientos y tormentas. De los que llegan siempre a buen puerto.
Si fuera la última mirada, no habría distracciones absurdas ni excusas baratas. Miraría más a los ojos y me recrearía en ellos. En leerlos, en cuidarlos, en amarlos. Los ojos, el espejo del alma. E indagaría más en ella. En las verdades que oculta y en la pureza que aún guarda.
Si fuera la última conversación, me quejaría menos, y reiría mucho más. Hablaría de mí, y no de los demás. De mis sueños, de lo que mueve mi mundo, de lo que lo hace girar. Me olvidaría de lo que creo que me falta y me centraría en lo que ya tengo, en lo que ya soy. Hablaría sin límites, sin miedos, sin rencores. Sin esperar otra cosa que la de disfrutar de las palabras, de las pausas, de los silencios. Hablaría sin desesperar y sin guardarme cosas. Escucharía más. Y mejor. Empezando por mí.
Si fuera la última oportunidad, no me andaría por las ramas, con absurdos rodeos ni tiraría balones fuera. Saltaría al vacío si hiciera falta. Gritaría hasta quedar afónica. Bailaría bajo la lluvia. Sabiendo que todo pasa. Todo. Y que todo llega.
Si fuera el último abrazo, cerraría fuerte los ojos y me fundiría en él. Para quedarme en ese abrazo, para grabarlo en mi recuerdo, para hacerlo todo lo eterno que se pueda llegar a ser. Para revivirlo siempre que lo necesitase. Para curarme con él, y sentirme incluso más fuerte.
Si fuera la última palabra, sería una muy mía, y muy sencilla. Una palabra de ánimo, de amor, de alegría. Un canto a lo bonito, a la esperanza que puede con todo, a la ilusión que nunca se apaga. Sería optimismo sin artificios, bondad sin caras falsas. Sería mi forma de ver las cosas.
Si fuera el último paseo, te apretaría fuerte la mano, y dejaría de mirar el camino. Me alejaría del ruido, tanto externo como del mío propio. Me relajaría e incluso me llegaría a perder. Sin preocuparme de llegar. Ni de llegar cuanto antes. Y que lo de menos, sería el destino. Lo que más, la compañía. Y sería de la buena, la mejor. La que está al 100% y no a medio gas.
Si fuera el último consejo, sería sin duda el de sumar. El de hacer más. Más locuras, más carreras sin mirar atrás, más arriesgar. Sería el de darlo todo sin el miedo intrínseco a perder. Sería el de romper moldes, límites y miedos en añicos. En no dejar nada que realmente nos motive. Ni para después, ni para nunca.
Si fuera el último momento, atraparía cada segundo y lo exprimiría. Como se merece. Como me merezco. Lo aprovecharía, lo viviría en presente y no en pasado diferido ni en futuro imaginado. Me regalaría el vivirlo, sin dejarlo pasar. Lo escribiría de mi puño y letra, para no arrepentirme luego. Para no dejarlo a medias. Para no añorar lo que nunca llegó a pasar.
Si fueran las últimas líneas que escribo, dejaría de lado la ortografía, las formas y cualquier tipo de orden. Le dotaría de sentimientos, de primeros pensamientos y de sentido completo. O de completos sinsentidos. No escatimaría en palabras, en frases, en emociones. No ahorraría espacios ni sacrificaría expresiones. Dejaría salir todo. Me dejaría ser yo.
Si fuera el último lugar, lo que menos me preocuparía, sería precisamente el lugar. Sino el sentimiento de estar en él. Los recuerdos que me traiga. Las sensaciones que me provoque. Que me erice la piel y que me haga desear estar allí, y no en cualquier otro lugar.
Si fuera el último amanecer, me dejaría cautivar por su belleza, por su simplicidad y, a la vez, su grandiosidad. Por ser único pese a suceder a diario. Como sucede con los segundos, las personas y las pequeñas cosas. Que precisamente por eso, por ser tan obvias, es por lo que pasan desapercibidas. Y dejamos que pasen sin pena ni gloria. Y que se pierdan en el día a día.
Si fuera la última imagen, sería una que no pudiera olvidar. Esa que solo yo podría fotografiar. A mi manera.
Si fueras la última persona, seríamos tú y yo. Nosotros. En ese momento, en ese lugar, en esta vida. La celebración de habernos conocido, un brindis por haber coincidido. En el mismo camino, en el mismo sentido, en los mismos atardeceres. Por lo aprendido, por lo soñado, por lo vivido. Que a veces, menos es más. Y que siempre, importa más la calidad.
Si fuera la última despedida, diría todo lo que antes guardaba para otras ocasiones. Para otros mañanas. Para otros cafés. Lo daría todo, y me dejaría de remilgos. Soltaría lágrimas, orgullos y rencores que no sirven para nada. Dejaría marchar lo malo para quedarme con lo bueno.
Y si fuera la última vez, que alguna vez lo es, la viviría como la última de verdad, y no como una más. Ni como un comodín, un ensayo o un intermedio.
Y aunque no fuera la última vez, trataría de vivirla siempre como si fuera la primera.
Patricia Ayuste.
4 Comentarios
Arpon Files
14 diciembre, 2018 a las 12:40 amIgnoramos cuando será la última vez… de ahí que deberíamos vivir siempre cada momento como si fuese el último. Un abrazo
Patricia
14 diciembre, 2018 a las 6:45 pmCosa que olvidamos muy a menudo… Gracias por estar ahí y leerme 🙂
Un abrazo, Patricia.
chicobonanza
15 diciembre, 2018 a las 6:30 pmY si te digo que: Esta ES la última vez. Que cada vez es la última, y la única. Y que todo lo que imaginas ya está pasando, ahora. Esto es, todo :). Qué dices? Siempre me alegra leerte. Gracias por compartir tanto. Un abrazo grande
Patricia
15 diciembre, 2018 a las 7:32 pmPues te diría que tienes razón, que la vida está llena de primeras y últimas veces.
Gracias, como siempre, por leerme,.
Un abrazo grande.