Una mirada perdida a un texto iluminado en una pantalla, un cursor que contiene el aliento a la vez que parpadea y un punto que marca un final.
De los de verdad.
Un final de los que no tienen vuelta atrás, retroceso ni posibilidad de ser borrado. De los que ni se pueden editar, colorear o matizar. De los que son lo que son y no dejar lugar a ningún tipo de dudas. De los que pisan con fuerza y marcan un antes y un después.
Un final de los que pocas veces nos atrevemos a poner pero que tan bien nos hacen sentir cuando por fin lo ponemos. De los que necesitamos escribir y lo sabemos, aunque nos cueste reconocerlo o expresarlo. De los que, si fuéramos sinceros, nos quisiéramos regalar desde hace algún tiempo. Y que por A o por B lo hemos ido posponiendo. Y temiendo.
Un final de los que, en verdad, se ven venir de lejos. Se sienten. Se huelen. Y hasta se esperan. Porque algo no funciona o porque nada va como debería. Porque se perdió el sentido hace mucho o porque nunca lo tuvo por completo. Porque las tornas cambiaron, se perdieron los papeles o las cosas no resultaron ser las que se esperaban.
Porque sabemos que, aunque el final duela, no ponerlo dolerá mucho más.
Porque presentimos la caída. Por pequeña que pueda ser. El desacierto de cada paso que seguimos dando hacia un destino cada día más feo. El desasosiego de no querer mirar, pero sentirlo desde dentro. El comprender que se nos va de las manos mientras no hagamos algo.
El saber que nos arrepentiremos más a cada segundo que pase.
Hasta que nos atrevamos a frenar.
Y a negarnos. En rotundo y sin dudar. A lo que no nos hace bien. De ninguna de las maneras. A lo que incluso nos hace daño. A lo que nos roba muecas en lugar de sonrisas. A lo que nos roba lágrimas en lugar de ilusión. A lo que nos roba de más y no nos compensa por ningún lado.
Atrevernos a dar marcha atrás sobre nuestros propios pasos. A retroceder sin miedo, apretar a correr o, al menos, pararnos. Para coger aire y levantar la vista del suelo. De nuestros pies. De ese camino que andábamos sin querer verlo. De mirar hacia arriba y decidir hacia dónde.
Atrevernos a sentarnos. A tomarnos un tiempo, una pausa o lo que necesitemos en ese momento. A no andar por andar. A no seguir sin preguntar. Y preguntarnos más. A no hundirnos en la arena, sino aprender a caminar sobre ella.
Atrevernos a reescribir historias. A borrar, tachar y tirar borradores que no nos satisfagan. A poner esos puntos. Finales, seguidos y a parte. Como mejor nos vengan. Donde mejor creamos que peguen. Donde sintamos que pertenecen.
Atrevernos a cuestionarnos más. Lo de antes y lo de ahora. Lo que nos lleva a lo que vendrá. A hacernos más preguntas de las que no sepamos las respuestas. A salir de lo seguro, de lo fácil, de lo aburrido. A pensar, a buscar, a improvisar. A buscar lo que nos falta y a no quedarnos con la primera definición del diccionario.
Atrevernos a ir más allá.
Atrevernos a soltar los excesos que llevábamos de más. Todo lo que ni nos corresponde, ni debemos, ni queremos. Lo que nos hunde hacia abajo, nos tira hacia atrás o nos impide llegar más alto. Lo que hoy es un lastre y mañana será un arrepentimiento. De los que se podían haber evitado, de habernos atrevido.
Atrevernos a volar. A pesar de los miedos, las dudas, las contradicciones que sintamos. A pesar de lo que nos digan y de lo que nos digamos a nosotros mismos. A pesar del pasado, de lo que una vez hicimos y de lo que no salió bien. Mejor hacer que arrepentirnos de no hacer nada. Ni de haberlo intentado.
Atrevernos a abrirnos puertas a lo que queremos ver. A dejarnos sorprender con lo nuevo. Y a cerrarlas a lo que ya no pinta nada.
Atrevernos a andar solos. A soltarnos de esas manos que no acompañan. A soltar esas palabras que no respetan. A soltar aquellas promesas vacías que se dijeron sin intención de cumplirse. De esas personas que no son lo que decían ser. O lo que mostraban. O lo que creíamos. Soltar desengaños, decepciones y todo aquello que nada aporte.
Atrevernos a decirnos sí. A nosotros. A superar barreras, saltar obstáculos y vencer miedos. De esos que, con solo pensarlos te tiemblan hasta los pies.
Atrevernos a dar más. A pesar de recibir menos. A dar lo mejor de nosotros. A no aspirar a menos.
Atrevernos a callar todo y a escucharnos en serio.
Atrevernos a ubicarnos donde realmente queremos estar.
Patricia Ayuste.
2 Comentarios
Arpon Files
25 julio, 2019 a las 11:52 pmY, finalmente, el final final, cuando morimos… (Otra vida??… no lo creo). Un gran abrazo
Patricia
27 julio, 2019 a las 9:52 pmGracias por leerme 🙂
Un abrazo fuerte.