Mereces más piropos y menos ataques. Mirarte con mejores ojos, perdonarte mucho antes y no exigirte tanto imposible. Bajar los humos que, a veces, te impiden ver las cosas como son. Tratarte con más respeto. Y aprender a ser tu mayor fan.
De verdad, no sólo de palabra.
Recordar, cada vez que dudes, que eres más fuerte de lo que piensas, más capaz de lo que a menudo sientes y más increíble de lo que te atreves a imaginar. Que todavía te quedan muchas montañas por escalar y que de ti depende seguir alcanzando cimas. Que puedes saltar sin miedo a caer, brillar sin miedo a apagarte y bailar sobre los charcos sin tanto miedo a empaparte.
Regálate un último intento más. Hasta que sientas que hiciste cuanto estaba en tus manos, que lo diste todo y que ya no te quedan cartuchos por quemar. No rendirte cuando las rodillas te tiemblen, los días se vuelvan grises o las soluciones te parezcan lejanas. E insuficientes. Seguir adelante pese a que el miedo te haga cosquillas o creas que puedes hacer el más grande de los ridículos.
Que rara vez, por no decir nunca, pasa.
Necesitas frenar cuando sientas que ya no tiene sentido continuar. Cuando sepas que no quieres seguir, que las dudas son ya certezas y que los sacrificios no compensan, de ninguna de las maneras, a los beneficios. Al esfuerzo. A la entrega. Cuando te duelan demasiado los pies, la decepción sea inevitable y el corazón te grite que pares.
Cuenta hasta cien cuando lo necesites y salta al vacío cuando así lo sientas. Siempre hay un momento para cada cosa.
Permítete cada equivocación, consciente o no, que hagas. Aprender de cada metedura de pata, de cada tropiezo y de cada salida de tiesto. Comprobar que, por muchas veces que la líes, el mundo sigue girando. Que pocas son las veces en que no habrá nada que puedas hacer por solucionarlo.
Y que algunos finales son más que necesarios.
Como lo es poner tu mundo en silencio cada vez que sientas que el ruido es demasiado alto. Cuando notes que necesitar poner distancia con lo de fuera, con lo que molesta, con lo que poco –o nada– ayuda. Cambiar tu diálogo interno cuando sea negativo y salir del bucle cuando sepas que corres peligro mientras sigas ahí dentro. Darte aire cuando te fallen las fuerzas y parar más veces a reponer pilas.
Perder el miedo a dejarte cosas a medias y descubrir que, a veces, es lo más liberador que puedes hacer por ti.
Recuerda que es sano olvidar lo que se esconde tras esas puertas que se te cerraron en las narices. Las que no pudiste abrir, las que abriste durante un tiempo a costa de demasiado desgaste e incluso las que lograste traspasar y te sentiste fuera de lugar por completo. Olvidar las palabras que tanto daño hicieron, las personas que un buen día desaparecieron y las promesas de quien no pretendía cumplirlas. Pero que tú creíste a pies juntillas. Y que terminaron poniendo tu mundo patas arriba.
A ti, a tu conciencia, a tus sueños.
Dejarte de pasatiempos, de rodeos y de titubeos y exprimir cada uno de tus segundos. Encontrar la forma de que las cosas no te afecten y no te duelan, ver siempre el lado positivo, por pequeñito que sea, y llenar tu tiempo con aquello que hace que valga verdaderamente la pena.
Te debes ser quien eres y dejarte de filtros, máscaras y disfraces. Ir a por todo lo que te propones soltando todo lo que te lo impida. Sean miedos, peros o dudas. Brillar con toda tu fuerza, navegar al ritmo que prefieras y volar cuando sientas que es tu momento. Encontrar la forma de bailar incluso cuando la música no suena. Cuando la canción termina. O cuando se te olvida la letra.
Bailar incluso debajo de una fuerte lluvia, de los peores truenos o cuando el sol se oculta y lo ves todo bien oscuro.
Disfruta de cada una de las oportunidades que quieras darte, vivir a tu propio aire y elegir por dónde caminas, por dónde prefieres correr y por dónde no piensas poner tus pies. Ir y volver las veces que haga falta. Partir sólo con equipaje de mano, con los bolsillos vacíos o sin billete de vuelta. Y viajar, siempre, a tu manera.
Mereces cada muestra de cariño que recibes. Tener junto a quien cada minuto valga la pena y con quien mirar a la vida con la ilusión de quien sigue creyendo en ella. Quien te acompaña en los días buenos y te ayuda a restar importancia a los golpes, los palos y los escupitajos que de vez en cuando te caen encima.
Aprender que rodearte de quienes son verdadera compañía y alejarte de quienes son sólo relleno es vitamina pura. Y el mejor regalo que puedes hacerte.
Como también es bueno que dejes de contar con solucionar el mundo a todas horas y te tomas las cosas con mucha más calma. Y cabeza. Que no te conformes con menos de los que sabes que quieres y no digas que no cuando todo tu cuerpo dice sí.
Encuentra la forma de no pasar de puntillas ni por tu vida, ni por tus sueños. Que es cierto que algunos se complican, dan muchas vueltas y se eternizan, pero cuando los cumples sabes que todo lo anterior ha valido la pena.
No olvides que, al final, las cuentas siempre salen y el tiempo pone a cada uno en su lugar.
Que es bueno que te rodees de lo que te da vida y que te marches de donde ni brillas ni puedes brillar.
Porque te debes eso y mucho más.
Patricia Ayuste.
4 Comentarios
Cecilia
16 octubre, 2022 a las 11:34 pmMil gracias Patricia por tus encantadoras palabras !!
Excelente como siempre!!
Saludos !!
Patricia Ayuste
17 octubre, 2022 a las 5:36 pmMil gracias por leer, Cecilia. ¡Bienvenida!
Patricia.
Pepa
11 noviembre, 2022 a las 3:57 pmMe ha encantado leerte.
Un abrazo.
Patricia Ayuste
11 noviembre, 2022 a las 5:11 pmGracias, Efi, por tu tiempo 🙂
Un abrazo grande.