Me quedo con esos veranos que lo curan todo, con los lunes que se convierten en viernes y con las conversaciones que se alargan y terminan a las tantas.
Me quedo con quienes cumplen lo que dicen y no con quienes prometen y prometen. Quienes me susurran al oído las mil y una maravillas que van a hacer. Y que ni cumplen ni tienen intención de. Y cuyas promesas se quedan en palabras de las que secuestra el viento con gran facilidad.
Me quedo con la luz del sol y con los días más nublados. Feos. Grisáceos. Y hasta tristones. Porque sin los unos, los otros no brillarían tanto. Porque sin la lluvia, no habría arco iris. Porque a veces necesitamos echar un poco de menos algo, para recordar cuánto nos importa.
O a alguien.
Me quedo con quienes conecto sin necesidad de contraseñas, interferencias o mensajes cifrados. Con quienes no existen los filtros, retoques ni likes sin ton ni son. Con quienes no hace falta rellenar silencios, distancias o espacios. Con quienes puedo entenderme con tan solo una mirada.
Me quedo con las cosquillas que estallan en carcajadas, con lo que me hace estremecerme por dentro, sonreír y cerrar bien fuerte los ojos, con todo aquello que me contagia de pura alegría. Con lo que me hace contar las horas que faltan. Con lo que me pone la piel de gallina.
Me quedo con la paz que dejan quienes deciden –por fin- irse. Tanto quienes alborotan para llamar la atención como quienes se marchan en el más absoluto silencio. Quienes se esfuman sin dar ninguna explicación ni dejar rastro. Quienes restan o no aportan nada. De nada.
Quienes son un verdadero cero a la izquierda.
Me quedo con la esperanza. La que se encuentra si se busca. La que no se pierde si se cree en ella. La que ayuda a salir, entrar o a volver a empezar. La que brota en cualquier lugar.
Me quedo con quien no se va a la primera de cambio. Quien no llega para sustituir a nadie, sino para ser quien es. Quien no juega a perderme porque sí, ni tensa la cuerda en cada ocasión que se le presenta. Quien sonríe de veras cuando sabe que va a verme.
Quien me abraza bien fuerte y sin mirar el reloj.
Me quedo con todo aquello que me hizo abrir los ojos de una vez. Lo que me aleja de asomarme al abismo, de mirar el vacío y de repetir los bucles de los que no sabía salir. De lo que he aprendido a base de llanto. De disgustos. Y de portazos.
Pero que tanto me ha enseñado.
Me quedo con quienes lo gano todo incluso cuando pierdo. Quienes me enseñan a erguir la cabeza a pesar de cargar demasiado a cuestas. Quienes no buscan ganar a toda costa ni salirse siempre con la suya. Ni tener la razón. Ni ser lo que no son.
Con quienes poco lo es todo.
Me quedo con lo último en lo que pienso antes de dormir. Con lo que, incluso, se me aparece alguna vez en sueños, aunque no siempre lo recuerde. Con lo que me roba sonrisas y sonrojos. Con aquello por lo que suspiro día sí, día también. Y no hay manera de quitármelo de la cabeza.
Me quedo con quienes hacen fácil lo más complicado. Los que reman contra la marea, desenredan nudos y se alejan de los cantos de sirena. A quienes no hay que rogar. Quienes aparecen en los peores momentos. Quienes ya no están para absurdas guerras.
Me quedo con lo sencillo. Lo natural. Los pequeños detalles y lo que me roba el aliento.
Con quienes todo es mutuo y nada sobra.
Me quedo con lo que me da vida y con lo que le da sentido a todo lo demás.
Patricia Ayuste.
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