Menos mal que hay tantos folios en blanco como quieras estrenar, finales que son principios y prólogos que enamoran desde el minuto cero.
Que por feo que sea un día, sus horas están más que contadas. Que las cosas pueden cambiar –y de hecho cambian- en cualquier momento, la luz es capaz de colarse por la más diminuta rendija y los chaparrones más intensos terminan igual que empiezan. Quedándose en nada.
Que siempre tienes un sueño más por cumplir cuando crees que todo acaba. Pese a los muchos intentos que hayas dejado a un lado, en el olvido o en el eterno mañana. Que hay ilusiones que bien valen la pena y que la esperanza hay que cuidarla. Y que la realidad muchas veces es mejor que toda la imaginación que le puedas echar.
Que hay hojas que vuelven a brotar donde parecía que ya no quedaba vida.
Que sortearás muchas zancadillas por el camino. Demasiadas. Y caerás en gran parte de ellas. Que habrá algunas que vengan de quien menos esperas y otras que sean de tu puño y letra. Pero habrá muchas –la mayoría- que olvidarás tarde o temprano. Y otras que te enseñarán a no volver a caer en ellas.
Y aprenderás que el mundo no se acaba tras unas pocas lágrimas.
Menos mal que siempre hay un amarre al que sujetarse en medio de cualquier tormenta. Un refugio seguro. La calma. Que hay caminos que afortunadamente solo tienen una ida y retornos que se convierten en la mejor decisión posible. Y que aunque hay naufragios que se llevan lo que quieres, son los que te enseñan a vivir con lo más básico, con lo que realmente necesitas.
Que es posible despegar incluso cuando tienes miedo a las alturas. Que se puede levantar el vuelo con apenas unos centímetros de salto. Pese a las muchas caídas de por medio. Pese a que sientas los pies pegados a tierra y el viento ponga a prueba tu equilibrio.
Que solo cuando tus planes se van al traste, es cuando se abren las puertas a otras historias. A otros comienzos. A otras leyendas. Que hay segundos que marcan la diferencia y que uno solo puede ser suficiente. Para disparar tu ánimo. Mejorar tu día. O cambiar tu vida entera.
Menos mal que no hay mayores expectativas a cumplir que las tuyas propias. Que las puedes poner tan altas como quieras, sabiendo que empezar por el tejado no siempre resulta la mejor idea. Que tienes derecho a creer en ellas y a no rendirte cuando otros te digan. A no tratar de contentar a todo el mundo y a no dejarte a ti para el final.
Porque siempre hay algo que puedas hacer por ti. Y que, lo creas o no, siempre eres libre de elegir. Que puedes cambiar de perspectiva las veces que haga falta. Las que necesites para encontrar tu lugar, tu momento o tus ganas. Que puedes aprovechar el viento y dejar que te lleve. Girar el timón. O ir contra la corriente.
Que solo puedes hacer felices a quienes estén dispuestos a serlo contigo.
Y que siempre hay alguien a quien admirar. Quien pone todas las cartas sobre la mesa. Quien se muestra como es. Con sus aciertos y sus defectos. Quien se deja de absurdos juegos, de preguntas sin respuestas y de trucos de magia baratos. Quien te escucha y crea en ti, aunque tú le repitas muchas razones para no hacerlo.
Menos mal que siempre hay una mano a la que puedes aferrarte cuando sientes que la caída es inminente. Incluso cuando ya caíste pero el golpe sigue doliendo tiempo después. Cuando te duelen las piernas, las pestañas y los remordimientos, y no te crees capaz de reponerte. De levantarte y de echar a andar. Y mucho menos de volver a correr como antes.
Porque siempre hay alguna palabra que viene a sanar lo que otras hirieron casi de muerte. Esas segundas oportunidades que se cuelan cuando parecía que todo estaba dicho y hecho. Esos motivos para no decaer donde ya te rendiste una vez. La fuerza que no sabías que tenías. Y que te puede llevar a cualquier parte.
Menos mal que puedes reírte después del llanto. Que los sentimientos cambian y que los días tontos –por suerte- no son eternos. Que puedes volver a sentir, incluso tras tus peores momentos. Tras romperte por completo. Que hay dramas que no lo son tanto. Y que es posible recomponerte con tus propias manos. Volver a abrigarte para no sentir frío. Aprender a vivir sin aquellos a quienes más echas en falta.
Que hay distancias que se salvan con una llamada, una palabra o con una tarjeta de embarque. Que la cuestión es estar al otro lado. Que querer no lo es todo, pero casi.
Que hay lugares a los que siempre puedes volver sin que nada haya cambiado.
Que hay abrazos que te esperan siempre, sin horarios ni cita previa.
Menos mal que, a veces, cuanto más pierdes, es cuando más ganas.
Patricia Ayuste.
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