A veces, que no te pase nada nuevo, es lo peor que podría pasarte.
Que no haya nuevas noticias que puedas conocer y contar, nuevas celebraciones para salir a compartirlas con quienes más se puedan alegrar o, por el contrario, saborearlas copa de vino en mano en la intimidad de tu casa. Con la música de fondo y la sonrisa acampada en el rostro.
Que no haya nuevas expectativas por cumplir, nuevos nombres por memorizar y equivocar una y otra vez, nuevas conversaciones que descubrir y en las que perderse. Nuevos horizontes que te intriguen o nuevos lugares para pisar y descubrir. Que las imágenes sean las mismas un día sí y otro también. Que nada sorprenda y que todo importe más bien poco.
Que no haya nada de nada, que todo sea igual.
Quedarte donde quiera que ya estés, en el mismo lugar, de la misma forma. Donde quizá ya lleves un tiempo, quizá no mucho, aunque a veces te resulte incluso una eternidad. Anclarte a algo o a alguien. Temer soltar o no planteártelo siquiera. Y si… Permanecer quieto y recular de alguna manera. Porque mientras todo(s) cambia(n), tú permaneces en tu propia esfera.
Y mientras las cosas pasan fuera, tú te vas quedando atrás.
Y que hay quien dirá que es una suerte, que mejor quedarse como está, que a saber lo que puede llegar. Aquello de que “más vale bueno conocido que malo por conocer”, conformarse o buscar excusas ante cualquier situación. Llámese puro miedo, comodidad, o auténtica pasividad.
Porque lo que duele no es tanto el cambio en sí, sino lo que cuesta decidirse a ello. A cambiar, a dejar atrás lo “bueno conocido”, a apostar en nuevos juegos. A adentrarse en lo forastero, en la novedad que desconocemos, en la incógnita que puede sorprendernos. A abrir la mente, el espíritu y los ganas, y abrazar lo que llegue.
Que, seguro, llegará algo. Y por algo.
Y que lo de bueno o malo, ya se verá luego. Dichosa manía la de comparar y etiquetar a la primera de cambio. Que comparar no suele ser imparcial ni hace justicia, y no nos hace ningún bien en particular. Y etiquetar, mucho menos. O pretender cambiar a la gente, porque sí.
Pero como reza el dicho, si quieres cambiar el mundo, empieza por ser ejemplo.
Que cambies de ideas con frecuencia. Que limpies todo aquello que hoy te mueve a medio gas y mañana te paraliza por completo. Que borres las ataduras del pasado, los lastres que te amarran, las cicatrices que nunca cierran. Y que duelen. Que sepas girar a tiempo ante cualquier curva, o cuando presientas que viene una. Y que sepas cambiar de dirección, elegir los cruces y no perder el equilibrio con cualquier bache.
Que cambies de principios, sobre todo de aquellos que no llegan nunca a brotar, por mucho que los riegues. Las eternas promesas de nada. Las frustraciones por largo tiempo enquistadas. Los comienzos que se quedan en palabras, en intenciones incumplidas, en amargos ensayos de laboratorio.
Y que cambies hasta de finales soñados. Tantas veces como quieras. Aunque ya estés de camino, aunque lo estés vislumbrado o incluso estés cerca. Aunque te llamen loco. Suéltalos cuando ya no te digan nada. Cuando sean más una obligación que un deseo. Cuando sea algo del ayer que hoy ya no pega contigo.
Cuando no tengan nada que ver ya contigo.
Que cambies tu forma de ver tus propios errores, tus no tan grandes defectos, tus cuestionables imperfecciones. Que aceptes que en su momento lo fueron, que todavía existen o que te acompañan allá donde vayas. Pero no les des más vueltas. Que son lo que son, pero no son tan graves. Que los tomes en la consideración relativa que merecen, no más.
Que al final tendrán únicamente la importancia que tú les quieras dar.
Que cambies lo que acumulabas por acumular, lo que molesta más que ayuda, lo que es un cero a la izquierda. Y cambia también lo que sí te sirve, para que lo haga todavía más.
Y que cambies los cuadros de tu vida. Esos que adornan paredes pero que nunca miras. Esos que no captan tu mirada, tu atención o tu admiración desde hace demasiado tiempo. Los que alguien alguna vez puso ahí, para ti. O eso dijo. Cámbialos de lugar, tíralos o regálalos. Elige los tuyos propios o pinta la pared que hay de fondo. O déjala como está.
A tu gusto y libre albedrío.
Que seas veleta. Que te dejes llevar por los vendavales, por los vientos inesperados y hasta por las brisas más ligeras. Que sepas enderezarte cada vez que te tuerzan y ponerte en pie siempre que caigas. Que cambies de rumbo siempre que lo necesites. Siempre que necesites volver a orientarte después de haberte perderte. Siempre que el motivo sea seguir tu propio camino, y no el que otros pretendan marcarte. Por mucho que te equivoques.
Siempre que creas en tus propios motivos.
Y que sepas restarle importancia, miedo y pavor a perderte. A no saber orientarte en un momento dado, a dar algún traspié o paso en falso. Que seas capaz de parar cuando quieras, de no acobardarte, saber escucharte y empezar a respirar, te falte o no el aire.
Que cambies de mapa, de zapatos y de equipaje cada vez que te haga realmente falta. O simplemente te apetezca.
Que cambies dramas por alegrías y le des un auténtico giro a tus pensamientos más negros. Que abandones la apatía, las eternas esperas y las renuncias por no saber decir que sí a tiempo. O por no saber decir que no. Y que lo cambies por la vida, por ti, por los tuyos. Que no te dejes nada por hacer, ninguna palabra por decir, ningún beso que regalar. Y no te guardes ningún te quiero.
Que encuentres tu modo, tus medios, tus formas. Que los encuentres. Con ayuda o sin ella.
Que cambies de dirección, que vayas contra sentido, que pegues algún frenazo y que vuelvas siempre que quieras.
Que seas tú, sin ser la misma persona.
Que cambies tú, y contigo el resto.
Que vida no hay más que una.
Equivocarse está permitido.
Y vivir, obligatorio.
Patricia Ayuste.
6 Comentarios
Arpon Files
12 octubre, 2018 a las 12:34 amTotalmente de acuerdo, si no está pasando nada, hay que provocar que suceda. Un verdadero placer leerte. Un gran abrazo
Patricia
19 octubre, 2018 a las 5:14 pm¡Gracias! Un placer es también leer tus comentarios en mis textos 🙂
Un abrazo.
Miriam
12 octubre, 2018 a las 8:47 amQue bonito, que real, que difícil y que para bien o para mal todo pasa por algo.Gracias Gracias
Patricia
19 octubre, 2018 a las 5:14 pm¡Gracias a ti Miriam! Me alegra que te haya gustado 🙂
Rodrigo
14 octubre, 2018 a las 12:55 pmEs muy cierto que nos cuesta cambiar una barbaridad, dar un giro al timón aunque veamos que el rumbo actual no lleva a ninguna parte y que esa estrella que aprece que guia nuestra vida no hace más que moverse la muy cabrona… Cuando te das cuanta de esas cosas es cuando cocges el timón y le pegas un giro a lo loco y ….
Buen post!!!
Patricia
19 octubre, 2018 a las 5:19 pmLe pegas un giro a lo loco y empiezas a disfrutar del aire fresco en la cara y del nuevo paisaje…
¡Gracias por comentar Rodrigo! Saludos.
Patricia.