«Ojalá puedas poner tu magia en este bollo de ideas que tratan de describirme».
Camila, la protagonista de la nueva entrega de Cuento tu historia se coló con esta bonita propuesta en mi correo.
Una mujer que cree en las personas y en defender los derechos humanos de quienes más lo necesitan. Una romántica incurable que defiende que el amor es para toda la vida y que no duda en aprovechar cada oportunidad que este le brinda.
¡Gracias Camila por ser parte de mi pequeño rincón!
Patricia Ayuste.
Un corazón que late a mil por hora.
Mi corazón.
Un nudo en pecho, estómago y garganta. Transpiración fría en las manos, respiración entrecortada. Nervios a flor de piel, porque lo sabía. Sabía cuál era el siguiente paso, lo que venía después.
Un recuerdo de lo que fue nuestra primera cita. Mis resistencias a punto de saltar. Un intento fallido de calmar las mariposas, los murciélagos y todos los bichos vivientes que llevaba por dentro. Una misma sensación, diferentes escenarios.
El ruido del motor me sacó de mi ensoñación. No había vuelta atrás. El discurso que había compuesto y descompuesto mil veces y que me había llegado a aprender de memoria, en aquel momento, me pareció un montón de palabrería sin sentido.
Lo que suponía que debía hacer, no lo hice.
«Un solo pero y un gran te amo. Como si nunca me hubieran roto el corazón. Una persona, una clave, una palabra: tú. Quien me mostró que las segundas oportunidades existen y valen la pena. Quien me demostró que podía enamorarme de nuevo, dejarme amar. Y amar yo en primera persona».
Mirada baja, silencios infinitos.
¡Te pedí que me amarás así, rota y en pedazos. Rota como me encontraba cuando apareciste en mi vida y le diste un giro de 180º, con todas mis cicatrices y heridas aún por sanar. Si pudiste hacer eso, ¿por qué demonios ahora decides marcharte?».
Una pausa, lágrimas incontenibles.
No tenías tiempo, decías. Y que me merecía algo mejor. Que era una mujer maravillosa. Yo. La misma para la que no tenías tiempo. Y que cualquier persona estaría feliz de tenerme a su lado. Cualquiera, menos tú.
Calma ante la tempestad.
Y súplicas. Por mí y por ti. Pedí parte de tu tiempo y un hueco a tu lado. Te pedí a ti. Para apoyarte, para estar ahí, cumpliendo tus sueños. Compartiéndolos, celebrándolos juntos. Si no, ¿de qué te sirven?
«Lo siento,…»
Nada que empieza por un «Lo siento» pinta bien. Ojalá un «Lo Siento» pudiera arreglar lo que se quiebra en cuestión de segundos. Ojalá pudiera reconfortarte el alma y darte un consuelo. Ojalá tu «Lo siento» no hubiera sonado tan patético. Como sonamos yo y mi súplica de una oportunidad.
Paralizada, sin poder huir. Construyendo nuestras últimas palabras.
Te pedí un por qué. Tu motivo para enamorarme para luego echarme a patadas. Tu motivo para jugar con mis pedazos rotos, por recomponerlos primero, y volver a quebrarlos. Sin permisos, excusas ni lamentos.
Lágrimas, gritos, angustia. Pausa. Silencio. Ataque.
Te pregunté si había alguien más. Si eran tus amigos. Si era yo o eras tú. Te pedí que no fueras cobarde, que me lo pusieras fácil y me dijeras que ya no me amabas. Que nunca lo hiciste. Que no sabías lo que es el amor.
Que no sabías que el amor es algo más que alegría y belleza. Que es lucha, constancia, fuerza. Que es poner todo y arriesgar hasta la última carta. Que no es blanco, negro, ni siquiera gris. Que no es sí o no, y a veces, pasar palabra no es respuesta.
Pero no. Te escudaste de nuevo. En que me querías. Pero que la distancia era lo mejor. Que me ahorrabas daños. Como si pudiera cerrar los ojos y no verte marchar. Elegir no sentir, no sufrir, no vivir.
Y elegí. Elegí llorar, elegí aceptar, elegí respetar. Tu decisión de partir, de viajar, de alejarte.
Elegí vivir aquella última noche estrellada de aire romántica.
Mis ojos clavados en los tuyos, la sonrisa de lado. Un suspiro que rompía el tenso silencio, un abrazo de los que das sin pensar. De esos que sientes que te pueden partir de lo fuertes que son. Esos que parecen querer recoger los pedazos de esa relación que se acaba de romper y juntarlos de nuevo.
Un último susurro, pegado a tu pecho y colgada en tu cuello.
Llegado el día, búscame.
Bajé del coche, y sin volver la vista atrás, caminé sin saber hacia dónde iba.
Dejando una parte de mí detrás, sabiendo que llegaría el día en que no la querría recuperar.
4 Comentarios
Soldadito Marinero
2 junio, 2016 a las 10:58 pmBuena historia la de tu invitada. A veces esas despedidas duelen, pero nos permiten seguir creciendo 🙂 Esta noche, si no me puede el sueño, publico sobre algo parecido 😉
Entre suspiros y un café
5 junio, 2016 a las 7:51 pm¡Gracias! Espero te haya servido de inspiración 🙂
¡Un beso! Patri
Soldadito Marinero
5 junio, 2016 a las 9:06 pmbueno, al final conseguí publicar esa noche, un poco tarde pero lo logré 🙂 http://soldaditomarinero.com/amor-de-puntillas/
Gracias – Entre suspiros y un café
31 diciembre, 2016 a las 6:21 pm[…] a valorar, a vivir, a saborear. Lo que tienes y lo que no. Cada momento, cada persona, cada despedida. A no temerle y a saber cuidar a los que de pronto se van, antes de que se […]