Dicen que esperar mucho puede hacer que pierdas demasiado. Sea tiempo, trenes u ocasiones.
Que es muy habitual perder. Por algún despiste absurdo, por tener la cabeza en otro sitio o por mirar hacia el lado equivocado. Por apurar en exceso, por no hacer bien los cálculos o por querer abarcar demasiado.
Que es fácil que pierdas la cabeza por quien la ha perdido por otra persona. Por quien ni te presta atención, o no la suficiente, o no está nunca a tu lado. Por quien sabe decir lo que quieres oír para engatusarte, salirse con la suya, sea lo que sea, e irse de rositas.
Y que, erre que erre, te empeñas en seguir ahí.
Que pierdes prometedores borradores por no tomártelos nada en serio. Por dejarlos olvidados entre promesas de «algún día», entre las hojas de libretas que se quedan a medias, en estanterías polvorientas que nunca revisas, entre libros, cuentos y otras historias por comenzar.
Algunas por continuar. La mayoría, por concluir.
Acallas palabras que quieres decir y que luego ya no importan o ya no dicen nada. Palabras que pierden el significado, el sentido y el motivo. Perdones que regalar y que recibir. Por repuntes de orgullo injustificado o de excesiva desconfianza. Como si perdieras más dándolo que negándolo. Que hay casos, claro. Pero los filtros son necesarios.
Que al final, recibes lo que das.
Y que el respeto se gana, pero también se pierde.
Pierdes oportunidades que no ves, pero también las que no quieres ver. Por miedo, vergüenza, por estupidez. Por esperar a otro momento. Por evitar fracasos, escarmientos y sarpullidos. Por hacer como que no va contigo cuando, en realidad, es lo único en lo que piensas.
Pierdes la ocasión de abrirte puertas por no atreverte a llamar al timbre. Ni a gritos, ni con los nudillos. Por no ser capaz ni de asomarte a la ventana a mirar qué hay dentro, a preguntar, a llamar varias veces si hace falta. Por mucho que la curiosidad te pique por todo el cuerpo.
Pierdes carreras que estaban ganadas, que estabas cerca o a un paso de la meta. Te confías a última hora. Bajas el ritmo, la guardia y las ganas. Te crees que ya está hecho cuando aún queda algo, por poco que sea. O abandonas sin más, sin valorar lo que ya tenías, y lo tiras por la borda.
Pierdes el mapa, la brújula y los prismáticos.
Pierdes trayectos de película por peliculillas que ruedas en tu cabeza. Por algún «porsiacaso» sin sentido y sinsentidos continuados. Por futuros que no llegan y excusas que a ningún guionista se le ocurriría. Ni en el mejor argumento que pudiera escribir.
Pierdes la capacidad de compartir por miedo a perder. Te acostumbras a perder perdiendo. Y a no reconocerlo. A perder por miedo a perder. Por miedo a que te roben, a que te engañen, a que te mientan. Por miedo a que te secuestren de la manera que sea. Y a no saber frenarlo, pero a no intentarlo nunca.
Pierdes imperdibles de la manera más tonta e inimaginable. Por pura cabezonería y con mucho ingenio y gracia. Por falta de tacto, de gusto y hasta de olfato. Por falta de sentido y con sentido de falta. Y no te das cuenta hasta que no hay remedio. Hasta que ni siguiendo el rastro llegas a la fuente.
Pierdes felicidad en pro de la compasión. La propia y la ajena. En pro de la queja por todo y de todo lo que sea. Por no querer lo que tienes y querer lo que no está en tus manos. En pro de los demás, olvidándote de ti.
Pierdes bonitos finales por no atreverte a vivirlos. Por si no son como esperas y te dejan mal sabor de boca. Por si hay daños colaterales o heridas que no cierran. Por si te quedas con la sensación de querer más o de haber esperado otra cosa. Por no atreverte a aceptarlos tal cual vengan.
Pierdes abrazos que regalarías sin pedir nada a cambio y que aceptarían sin pensárselo dos veces. Abrazos que te secarían cualquier lágrima, sanarían cualquier herida, despejarían cualquier duda. Aquellos de los que soltarse es difícil, de los que te agarras por hacer que dure un poco más, de los que siempre recuerdas.
Pierdes personas increíbles por increíbles tonterías. Por decir que no, cuando quieres decir que sí. Por no saber decir no. Por no saber qué decir o por creer saber lo que dices, cuando no tienes ni idea. Por no tratar de remediarlo cuando sabes cuál es la respuesta.
Por miedo a no saber querer. A no saber ganar.
Por miedo a ganar de verdad.
Por miedo a perderte.
Y por no saber perder.
Patricia Ayuste.
7 Comentarios
D. Greco
14 julio, 2016 a las 8:58 pmPerdemos por miedo a perder… Como me ha gustado esta entrada, y es que tienes toda la razon. Las personas nos ponemos limitaciones a nosotras mismas porque somos inseguras. Hoy necesitaba leer algo así y este post me ha encantado, de verdad.
Entre suspiros y un café
15 julio, 2016 a las 5:42 pmMe alegra que te haya gustado. Quería recordarnos lo importante que es reconocer los límites que nos autoimponemos y tratar de superarlo. Porque la mayoría, por no decir todos, están en nuestra mente.
Un saludo, gracias por leerme.
Patri.
letterswritters
15 julio, 2016 a las 6:29 pmMe encanta este post, las palabras que elegiste para expresarte son de maravilla, un saludo!
Entre suspiros y un café
17 julio, 2016 a las 1:59 pm¡Muchas gracias! Bonitas palabras y bonito comentario.++¡Un beso!
Patri.
elbauldelasvidas
17 julio, 2016 a las 1:31 pmAy, cuántas veces dejamos de disfrutar del presente por nuestras ansias de aquello que está por llegar. Y a veces, lo que estamos viviendo ahora es más especial que lo que nos depara el viernes. Bucles infinitos, como dices.
¡Maravilloso!
Un besazo!
Entre suspiros y un café
17 julio, 2016 a las 2:01 pmMe encantan tus comentarios, siempre tan positivo y con tantas ganas de vivir el presente… Espero que estés disfrutando del veranito 😉
¡Un beso enorme!
Gracias – Entre suspiros y un café
31 diciembre, 2016 a las 6:20 pm[…] señales, a no perderme tan fácilmente. A ser capaz de entenderme, y con ello a los demás. A saber perder sin perderme a mí misma, a saber soltar apegos que me atan y me sobran, a saber dejar atrás. Que […]