Perder la cuenta de en qué día vives, mirar por la ventana más veces de la que acostumbrabas hasta hace nada y hacer planes sin ponerles fecha.
Acudir puntual a tu cita con la esperanza. La de los balcones, ventanas y aplausos. La que llena de alegría por unos minutos la calle vacía. La que te permite creer que es posible, que remamos todos a una, que estamos juntos en todo esto.
Vivir en una montaña rusa constante. Subir y bajar con más frecuencia de la que te gustaría. Que los descensos sean en picado, entre nervios y con el estómago encogido. Que sientas una curva tras otra y que el camino en recto dure más bien poco.
Echar en falta soluciones, risas y miradas. Que, en cuestión de semanas, te has quedado sin aliento y con los pies atados al suelo. Que vislumbras demasiadas incógnitas en el horizonte. Que en esta pausa, mientras el mundo sigue girando, tú no sabes muy bien cómo seguirle los pasos. Ni qué viene después.
Ni a dónde lleva todo esto.
Que es como si te vieras andando sobre una cuerda, floja e inestable, de la que no ves el final, pero sí el vacío que queda debajo de ti. Y sientes que cualquier cosa te puede tumbar en cualquier momento. Y que puede tocar fácilmente el suelo. Aunque esperas que esté bien lejos.
Saber de primera mano que el miedo es real y no se esconde debajo de la cama o en el fondo de un armario. Que es posible sentirlo detrás de una puerta, en el silencio de una persona o en ese mensaje que no te hubiera gustado recibir.
Reconocer que, aunque has vivido situaciones rocambolescas, pesadillas y malas épocas, ninguna se parece a esta. Por suerte. Y que saldremos, seguro. Pero mientras, toca seguir.
Seguir descontando días mientras esperas. Seguir planeando escapadas para cuando puedas cumplirlas. Seguir aplaudiendo a quienes se arriesgan por ti y se están dejando la vida. Seguir haciendo preguntas para las que no tienes todavía respuestas.
Pero sabiendo que ya has encontrado respuestas donde menos pensabas.
Y rutinas. Las que antes tanto aborrecías. Y que, sin embargo, ahora dan sentido a tus días. Y te ayudan a pensar menos. Que ahora enciendes velas, te conectas a más directos de los que has visto en tu vida, haces abdominales y pasteles a partes iguales.
Que hay llamadas que salvan tu día y que no sabrías qué sería de los tuyos sin whatsapp, facebok y compañía. Que cada mensaje te devuelve el optimismo. El de seguir tachando los días en el calendario sin saber a qué fecha estás esperando, pero sin desesperarte en exceso por ello.
Aprender que puedes hacer las cosas de otra manera, que no todo sirve y que hay poco imprescindible.
Sentirte cerca de aquellos que hoy despiden en silencio. De aquellos que siempre han sido esenciales, aunque nadie los tratara como tal. De aquellos que hacen más amena la cuenta atrás. De aquellos que nos dejan notas en el ascensor y nos facilitan la vida.
Saber que quedándote en casa también ayudas, y que la salud es lo primero. Que lo era también antes de todo esto, pero necesitabas algo que te lo recordara a diario. Algo que te ayude a no olvidarlo.
Y a cambiar algunas de tus prioridades de cara a futuro.
Que no hay que esperar hasta la próxima sacudida ni hasta la próxima pausa. Porque la vida no espera. Que lo que no haces hoy, se puede quedar en la recámara. Y caer en el olvido. En el nunca jamás. Que vale más no arrepentirse de no haberlo intentado.
Que hay sacudidas que asustan, mucho, y para las que no estamos preparados.
Pero que ya queda un poco menos para salir de esta.
Que cada día que pasa, es un día menos para que todo esto pase.
Patricia Ayuste.
2 Comentarios
Palabras Cosidas
21 abril, 2020 a las 2:12 pmPrecioso!!! Escribes de una forma maravillosa. Estuve conteniendo el aliento hasta el final. 🙂
Patricia
21 abril, 2020 a las 2:29 pmMuchas gracias, me alegra saber que te ha gustado 🙂
Cuídate, un abrazo.