Dice Alejandro Jodorowsky que perder es, en ocasiones, ganar y que no encontrar lo que buscas puede ser la manera de encontrarte. Y de aprender.
Y es así que, de las pérdidas, he aprendido que siempre hay algo bueno que se cuela de por medio. Algo con lo que no contaba. Algo que lo cambia todo. Algo que da luz en la peor oscuridad. Algo que permite tener esperanza incluso cuando el mundo parece hacerse añicos.
Algo que me muestra que la vida sigue y que no termina aquí.
De las pérdidas he visto que el miedo dirige demasiadas vidas. Y que algunas van a la deriva. Que el odio se expande con demasiada facilidad. Que el resentimiento solo quita oportunidades de mi camino. Y personas. Y momentos. Que es demasiado fácil –y habitual– echar las culpas fuera y no asumir responsabilidades.
Que mis grandes temores solo anidan en mi mente.
De las pérdidas he comprobado que la vida puede empeorar en un abrir y cerrar de ojos. Que los peores presagios a veces se cumplen, que las malas noticias abundan y que no todas las sorpresas son buenas. Que no siempre hay algo que pueda hacer y que, demasiadas veces, estoy atada de pies y manos. Que puedo –y debo– intentar llevarlo lo mejor posible. Dejarme de quejas, excusas y todo aquello que no me haga ganar nada. Y que me reste tiempo. Aliento. Y fuerzas.
Aprender a defender mis mínimos. Y a sobrellevar las malas rachas.
De las pérdidas he sufrido lo fácil que es dinamitar sueños. Rechazar la esperanza, cuando es lo último que queda. Olvidarme de lo que más quiero. De lo que me mueve. De lo que me inspira. Pausar todo por lo que suspiraba, lo que un buen día dejé de ver posible hasta llegar a verlo inalcanzable. Lo difícil que es en ocasiones girar las tornas.
De las pérdidas he comprendido que lo mejor es dosificarme, respirar varias veces antes de hablar y que hay un tiempo para cada cosa. Que el enfado no se soluciona a gritos y que las conversaciones se tienen cara a cara. Que es habitual perder los estribos, que no siempre se da una segunda parte y que hay situaciones de las que es demasiado fácil arrepentirme.
Y que es mejor vivir con un recuerdo que con un «te imaginas».
De las pérdidas me he propuesto ampliar distancias. Buscar la forma de ver las cosas con más perspectiva. A no dejarme engañar por las falsas apariencias. A no esperar tanto, a aceptar lo que venga y que hay cosas que no están en mis manos. A dejar estar lo que poco aporta, a alejarme de lo que no me hace bien ninguno, a no volver a donde me hicieron daño más de una vez.
Y lo lejos que puedo quedar de mi vida si no remo contra la corriente.
De las pérdidas he confirmado qué rápido se pospone la vida. Que rápido se trata de normalizar lo no normalizable. Qué rápido se olvida lo que un día tanto importaba. Lo que me hizo abrir los ojos. Lo que me hizo querer más. Qué rápido se pueden encontrar excusas para esperar, aplazar motivos para más adelante y desechar razones para empezar.
De las pérdidas he corroborado que muchas se superan, mientras que hay victorias de las que nunca vuelves a ser la misma persona.
De las pérdidas he visto que hay quien se va antes de hora. Antes de que te des cuenta. Antes de que te puedas despedir en condiciones. Quien no llega hasta el final. Que hay quienes, sin tenerlo fácil, aun así se quedan. Y aguantan como pueden.
Y que hay quienes aunque se van, nunca se van del todo.
De las pérdidas he comprobado que cada persona es un mundo y que las procesiones más sinceras siempre van por dentro. Que la apariencia no tiene por qué coincidir con lo que hay detrás. Que hay personas que están peor que lo que muestran. Y que hay quienes hacen de tripas corazón, dejan de mirar hacia atrás y se recomponen con el tiempo.
De las pérdidas he comprobado que no debo aguantarme las ganas de hacer. La libertad de elegir. La voluntad de continuar. Encontrar la manera de defender lo que quiero y más deseo. Y no dejarlo escapar. A que lo único seguro es el presente. A no quedarme con ninguna duda. A no dejar nada que pueda hacer ahora para otro momento.
A no esperar ocasiones perfectas o a que suenen las sirenas.
De las pérdidas he aprendido que no hay tiempo mejor que el hoy ni ocasión más propicia que el ahora. Que mañana puede ser tarde y que hay conversaciones que nunca jamás se retoman. Que hay despedidas que no llegan a darse. Y caricias que se quedan en el aire. Y en el olvido.
Para siempre.
De las pérdidas he aprendido que los abrazos curan, que cada minuto cuenta y que todo cariño es poco. Que es de locos perder el tiempo en cosas que ni me van ni me vienen. En no decir todos los días te quiero. En no rodearme más de los míos, de quienes me dan la vida, de quienes, sin ellos, nada es lo mismo.
De las pérdidas he aprendido que lo mejor es actuar en cuanto noto que algo pasa. En cuanto noto que algo falla. Poner solución cuando aún estoy a tiempo. Y no dejar que la vida se me vaya de las manos.
A no conformarme con lo que no me llena. Con lo que no es lo que quiero. Con lo que ni se le parece.
A no renunciar a lo que me hace feliz.
A vivir. Y que pase lo que tenga que pasar.
Patricia Ayuste.
2 Comentarios
Anabel
7 febrero, 2021 a las 10:58 pmGracias Patricia por tu siempre exquisita poesía!
Para mí, escribes siempre dulce poesía en tus relatos!
Patricia Ayuste
12 febrero, 2021 a las 9:03 pm¡Gracias, Anabel! Me alegra y motiva muchísimo leerte, espero seguir regalándote poesía durante mucho tiempo.
Un abrazo,
Patricia.