Nunca antes el mundo se había detenido con tal frenazo y brusquedad que me había obligado a cambiar de golpe todo. A renunciar a tanto. A pausar mi vida, a sentir que el tiempo se me escurría y a ordenar con tal claridad mis cajones, mis bolsillos y mis prioridades. A decir adiós, sin saber cuándo sería la próxima ocasión. Y, en el peor de los casos, si la habría.
Nunca antes me había visto en la obligación de vivir entre cuatro paredes. 24 horas, dos largos meses. Y a temer salir a la calle. De sentirme en seguro, pero a la vez en una cárcel. A ver pasar el tiempo desde la ventana, desde el balcón y desde una pantalla. Entre llamadas, memes y aplausos al caer la tarde. Tratando de esperar sin desesperar, de pensar lo menos posible y de no perder la paciencia.
Nunca antes había echado tanto en falta. Abrazos, besos y miradas. Personas, lugares, momentos. Vivir en vivo y directo. Salir y entrar cuando quiero y sin tantos horarios. Todo lo que me daba la vida y que tenía al alcance de mis dedos. Todo lo que terminó vetado, aparcado hasta nuevo aviso y demasiado lejos.
Todo lo que, antes no había valorado y que de golpe, se volvió imprescindible.
Nunca antes había temido tanto por todo. Por mí, por los míos y hasta por rostros desconocidos. Por quienes estuvieron ayudando entre las primeras filas y por quienes se llevaron la peor parte. Por ese enemigo que podía estar en cualquier lugar. Que se aprovechaba de los descuidos, de las debilidades, de los excesos de confianza. Y que no tenía fecha final.
Nunca antes había aprendido tan a las claras que la vida, sin previo aviso y en cuestión de segundos, puede ponerlo todos patas arriba. Que está para exprimirla y que da igual que, a veces, no la entienda. Que lo de vital importancia va siempre primero y hay situaciones y personas en las que es mejor no perder el tiempo. Ni las fuerzas. Que las oportunidades se aprovechan o caducan, que arrepentirse es demasiado fácil y que ser feliz es prioritario. Que lo único seguro es el ahora.
Y que lo que disfrute es lo que me llevo.
Nunca antes había valorado tanto las buenas noticias, incluso las más insignificantes. Los pequeños avances. Las nuevas libertades. Recuperar retales, descosidos y fragmentos y volver a unirlos. Volver a sentir el aire en la cara, el sol en las mejillas y la esperanza en cada mañana. Quitar por fin el pause. Y salir a por todas.
Nunca antes los pequeños detalles habían sido tan grandes. Sentir que lo viejo conocido ahora parece casi nuevo. Que vale la pena recuperar todo aquello que antes pasaba desapercibido y que ahora es hasta imprescindible. Aprender a ver las calles con otros ojos, los días con otras ganas y los atardeceres con mucha más calma.
A no hacer grandes planes sino en aprovechar mejor cada momento.
Nunca antes las rutinas habían sido tan necesarias. Y salvadoras. Las conversaciones en persona, los encuentros fortuitos y las carcajadas al aire libre. El café de la pausa, los afterwork de los jueves, los almuerzos de los viernes. Intuir lo que viene después y no sentirme en vilo. El ruido e incluso las prisas. Sentir que el mundo no se para, que sigue girando y que se despejan algunas dudas.
Nunca antes había necesitado tanto a quienes sí están. Incluso cuando hay kilómetros, cierres perimetrales y toques de queda por medio. A quienes han estado en todo momento. Sin los cuales todo sería distinto. Quienes demuestran que el amor no es cualquier cosa.
A quienes siguen llenando mis días, a quienes puedo llamar en caso de accidente y con quienes las alegrías valen el doble.
Nunca antes había sido tan importante cuidarme. Evitar las turbulencias, los filtros y los salvavidas agujereados. Hacerme más caso. Ahorrarme vueltas, decepciones y caras largas. Correr menos, saber a dónde llegar y de dónde pasar de largo. Seguir los rayos de esperanza, los destellos de intuición y lo que acelera mis latidos.
Nunca antes fue tan evidente que un golpe en la vida es la mejor forma de aprender a no vivirla a golpes.
Patricia Ayuste.
2 Comentarios
Pepa
21 mayo, 2021 a las 5:01 pmQue bonito y como me identifico con tus frases.
De los malos momentos es de los que más se aprende pero, porque te obliga a disfrutar mucho más de los buenos.
Un abrazo ENORME 🙂
Entre suspiros y un café
22 mayo, 2021 a las 3:39 pmCómo me alegro, Efi. Es muy motivador saber que os gustan mis textos 🙂
¡Muy feliz sábado!