El atardecer de la ciudad a través de un cristal, el dulce olor a croissant de mantequilla y el peso de las ilusiones que esperan sobre los hombros.
Dicen que la indecisión es toda una decisión en sí misma.
Que el quedarse sentado tras un cristal, observando cómo los niños juegan, las personas corren y el día termina es una elección. Entre muchas otras. Que todas –por no decir la mayoría–, están a tu alcance.
Y que tú decides.
Que estar a un lado o a otro también es cosa tuya. Como el momento. Como la compañía. Como todo aquello que pones sobre la mesa, lo que ocultas tras tu espalda o todo lo que dices con la mirada. Como el tomar la iniciativa, esperar una señal o saltar a la piscina.
Que la diferencia entre sentarse a mirar o hacer que algo pase se llama actitud.
Que puedes dejar que el tiempo pase y hacerte mil preguntas al respecto. Cuestionarte si hiciste bien, si tuviste otra opción o si es mejor no pensar más en ello. Si dijiste todo lo que tenías que decir o callaste más de la cuenta. Si fuiste tú o si escondiste una parte. Para no sufrir heridas.
Para no caer demasiado hondo.
Y puedes arrepentirte o no de haber tomado un camino y haber descartado los demás. De hacer hecho tu voluntad o haber seguido la de otros. De haber dejado de ver aquellos ojos que hacían de faros en la noche más cerrada. De no haber llamado cuando no pensabas en otra cosa.
O puedes seguir tu impulso. El que te grita bien fuerte por dentro. El que te dice que llames de una vez. El que te dice que es hora de levantarte. De hacer algo. Lo que sea. Menos seguir mirando a través de ese cristal. El de seguir andando en medio de la oscuridad.
Puedes decidir dejar de esperar imposibles. Dejar de esperar como modo de vida. Dejar de dar vueltas al café mientras el día termina, las ilusiones se esfumen y otros deciden en tu vida. Y atreverte a cruzar más fronteras.
Puedes dejar de comer helado a solas. Y a escondidas. Coger fuerte la mano de quien nunca te la suelta. Quien siempre te coge el teléfono. Quien se queda hasta en las peores vueltas.
Y puedes decidir hacer las cosas del revés. Como nunca antes. Como realmente quieres.
Patricia Ayuste.
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Ola Blanca
27 octubre, 2014 a las 8:32 amPrimero, debo ser dramática y seductora (¡y yo sin saberlo!), porque donde se ponga el helado de chocolate…. (aunque últimamente siempre me arriesgo con los sabores más extraños).
Y segundo, impulsos de esos este año he tenido a miles. Lo curioso es que el destino (o lo que sea), algunas veces, acababa dándome la excusa perfecta para llevarlos a cabo de una forma más disimulada… Quién sabe por qué los recuerdos tienen la manía de hacernos jugarretas.
Bonita entrada, Patri.
Un beso.
Jaume Vicent
27 octubre, 2014 a las 8:55 amNo sé donde me deja, pero mi sabor favorito es el “After eight”, lo que decimos: menta y chocolate. Muy británico todo. Con la vainilla me pasa algo extraño me encanta el olor, pero no soporto el sabor, me parece aburrido. Y creo que me pasa lo mismo con los idealistas, en principio me parecen geniales, pero cuando los tengo demasiado cerca me cansan.
No tengo nada contra ellos, en ciertos aspectos todos tenemos un poco de idealismo, si vuelas demasiado corres el riesgo de que se te derritan las alas. Yo también vuelo y me gusta hacerlo, pero me mantengo a una distancia del suelo segura, ni muy alto, ni muy bajo.
Como siempre genial, me ha encantado el tema de los sabores del helado, sobre todo, porque a mí me gustan siempre los sabores extraños: mango, el helado ese azul, after eight…algo tiene que haber en eso.
Entre suspiros y un café
27 octubre, 2014 a las 2:09 pmA mí también me gusta probar sabores diferentes, aunque a veces cuesta decirle que no a tu sabor favorito…jeje
A veces es bueno seguir los impulsos, salir de nuestra zona de confort y probar. Salga bien o salga mal, es una experiencia que nos llevamos.
¡Un besazo Jennifer!
Patri.
Entre suspiros y un café
27 octubre, 2014 a las 2:14 pmHaces bien Jaume, el idealismo está bien en su justa medida, como todo, pero no hay que perder el contacto con la realidad.
Nunca había oído lo de After Eight, ¡en qué mundo vivo! Ahora me has dejado con la curiosidad de probarlo jeje.
¡Un besazo Jaume!
Patri.
Gema Vallejo
27 octubre, 2014 a las 4:32 pmUf, la idea de retomar viejos contactos a mí me abruma muchas (muchisimas) veces. Es algo que pienso, que tengo casi hecho y me lo planteo pero la parte cobarde de mí me hace ser consciente que no, que mejor no llamo, que me lo guardo. También es la parte orgullosa.
Lo de los sabores simplemente me ha encantado, no sé dónde meterme, lo de dramática del chocolate me pega en exceso, pero siempre lo combino con la nata, y no sé dónde encasquetar eso.
Me ha encantado la entrada.
¡Un besín!
Entre suspiros y un café
27 octubre, 2014 a las 9:51 pmPereza, orgullo, cobardía,… Son muchos los motivos o excusas que encontramos a la hora de contactar con viejas amistades, pero como todo, es una decisión personal de cada uno. ¡Al igual que los helados! 😉
Muchas gracias Gemma, por pasarte y por dedicarme tu tiempo, me alegra saber que ha valido la pena. ¡Un beso!
Patri.
Rubén M. Mayo
30 octubre, 2014 a las 2:55 amTremendo, Patri! Me ha encantado esa “convivencia ” entre helados y sentimientos 😉 al final un buen helado quita todas las penas! jejeje
Entre suspiros y un café
30 octubre, 2014 a las 7:39 amEl helado es un buen remedio para llevar mejor las penas, y no sólo las mujeres… jejejeje
¡Un besazo Rubén!
Patri.
vnssachn
31 octubre, 2014 a las 12:56 pmLovely
vnssachn.blogspot.com
Entre suspiros y un café
31 octubre, 2014 a las 2:38 pm¡Thanks!